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La deshumanización del poder

Por 3 de junio de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

De todo lo que nos ha ido ocurriendo últimamente, quizá lo más inquietante ha sido la deshumanización del poder que se ha ido llevando a cabo entre nosotros; una deshumanización basada en tres elementos básico: el hermetismo, la autosuficiencia y la atomización.

El hermetismo sería para Ortega una de las características de la deshumanización del arte, pero todo indica que es sobre todo una de las características de la deshumanización de la política y el poder. Justamente es eso lo que está ocurriendo en Bruselas: un centro de poder ya por encima de los gobiernos nacionales que se presenta ante el ciudadano como hermético, tanto en su funcionamiento como en su lenguaje, siempre encaramándose en las supraestructuras económicas, a no se sabe cuántos metros del suelo.

El hermetismo suele ir vinculado a la autosuficiencia. El poder desde Bruselas se presenta como autosuficiente además de como inapelable. Lo que dicta Bruselas no admite réplica. Por más que nos asombre, regresamos a formas de poder de naturaleza imperial.

A la par que el poder se va haciendo cada vez más hermético y exhibe una autosuficiencia cada vez más irritante, va llevando a cabo un proceso de atomización, de desintegración y de destrucción de los nexos lógicos entre las disciplinas y las cosas. Es el momento en el que la economía se desvincula completamente del sufrimiento que puedan causar sus movimientos en la oscuridad.

 

El poder se deshumaniza cuando, partiendo del pedestal que le concede el ciudadano, impone medidas que provocan enormes cantidades de sufrimiento, en buena parte evitable. Los viejos partidos llevaban ya un tiempo ubicándose en esa misma deshumanización del poder, a través del hermetismo referido a sus finanzas, la corrupción a gran escala, la desarticulación del estado del bienestar y del Estado sin más, la atomización, que implicaría la escisión de economía y sociedad, y una autosuficiencia basada en la impunidad.

La prensa habla de programas, proyectos, líderes, lenguajes, ideologías, populismos, creyendo poder explicar desde esos ángulos el ascenso de Podemos y Ciudadanos, pero lo único que de verdad está ocurriendo es que los nuevos partidos dan una imagen más humana del poder, no solo por su aspecto, también porque no arrastran tras ellos toneladas de corrupción. Al no parecer unos cínicos, resultan más humanos porque el cinismo ataca el núcleo mismo de la conciencia social, y aunque en política el cinismo es muy habitual, cuando se hace muy evidente engendra repulsión. Se engañan gravemente los que piensan que todo es una cuestión de formas. Cuando los viejos partidos dicen que no han sabido acercarse a la ciudadanía y guiados por sus necios publicistas creen que se trata de mejorar la gramática gestual están confundiendo la velocidad con el tocino. De nada sirve poner caras amables y estrechar manos si por debajo están llevando a cabo una política de la devastación y el cinismo. Y es evidente que el uso y abuso del concepto “barón” para designar a los dirigentes no ayuda a humanizar el poder, como ya indiqué en mi texto anterior. Paradójicamante, un político deshumanizado ni siquiera alcanza a ser un ciudadano, como sugiere El Roto en su viñeta, por más que lo consideren o se autoconsidere todo un “barón” (de opereta, por supuesto).

El poder deshumanizado nos hace muy desdichados porque, por definición, hace abstracción de la desdicha. A veces me torturo imaginando las ingentes cantidades de desdicha que el poder ha generado entre nosotros en los últimos tiempos. Se trata de inmensas conglomeraciones de sufrimiento de naturaleza impensable, que han corroído profundamente nuestro carácter, que nos han convertido en otros, que nos han colocado al borde del abismo mientras en el parlamento se dedicaban y se dedican a echarse la mierda unos a otros.

 

En cambio los dirigentes de los nuevos partidos emplean un lenguaje imaginativo y próximo, se les ve llenos de energía, y resultan cercanos y amables. Representan una nueva humanización del poder, sin olvidar que para que esa humanización se lleve de verdad a cabo es exigible una conciencia plena del sufrimiento de los ciudadanos. Con esa idea fundamental en la cabeza, con esa gramática de la existencia guiando tu mente y tu lenguaje se pueden evitar millones de tragedias.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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