
Jesús Ferrero
Ahora echo en falta los artículos de Luis Magrinyà sobre el buen uso del lenguaje.
La lengua sufre un proceso cada vez más degenerativo y mistificador que se percibe en la política, por supuesto, pero también en la prensa y en la literatura.
Avanzamos hacia un sumidero en el que todas las palabras se corrompen, como ocurre en el mundo de la publicidad, donde la descomposición del lenguaje alcanza el paroxismo, y paroxismo, como indicaba Baudrillard, significa lo que precede al fin.
¿Estamos ya cerca del fin de la lengua como vehículo de la expresividad, la belleza, la precisión, la sutiliza y todas las formas oblicuas o directas de la verdad? Todas las lenguas apestan porque han perdido dignidad y fortaleza: las ha corrompido la retórica vil de la publicidad y los medios de comunicación de masas.
¿Ahora las lenguas surgen de las cloacas antes que de las gargantas? ¿Es posible la emergencia de un mundo de interlocutores alegres, punzantes y despiertos en la cultura de los sonámbulos y los necios?