Javier Rioyo
Es verdad, Paris no se acaba nunca. Y cada año seguimos pensando que siempre nos quedará Paris. La ciudad a la que desde muy jóvenes tuvimos que escaparnos para tantas cosas. La primera vez, o la segunda no lo tengo tan claro, estaba en los cines una película mítica. Una película prohibida en aquella insoportable España de censuras y mentiras. En París, además de canutos fumados en la tumba de Oscar Wilde, garitos de jazz, bares de vino barato, libros robados en Masperó, sueños revolucionarios pequeño burgueses y amores en buhardillas de amigos, vimos "El último tango". Nos enamoramos fugazmente de María Schneider y deseábamos ser duros y decadentes como Marlon Brando. La verdad es que no llegamos a ser ni Jean Pierre Leaud.
La película nos tocó el corazón y el cerebro, nos conmocionó por su soledad, por su fuerza erótica y por la música de tangos tristes de Gato Barbieri. Ya admirábamos a Bertolucci, pero ahora era una de nuestras referencias mayores. Nunca Marlon Brando había estado tan seductor. Ni nunca una chica como nosotros fue tan eróticamente libre en el cine.
Acaba de morir María Schneider, nos han quitado un paisaje de nuestra juventud. No era la más guapa, ni tenía el mejor cuerpo, era complicada, cercana a los caminos peligrosos y no fue capaz de superar su papel de Jeanne, esa amante entregada a los encuentros furtivos, al amor físico y a los deseos de su amante dominador. También nosotros hemos deseado alguna relación como aquella. El encuentro de dos personas que se desconocen en todo, pero que se aman con una intensidad quizá insoportable. "No names, no names", decía el personaje de Brando, Paul a su compañera de juegos sexuales, a su fugaz amor encontrado por azar. No había que saber ni su nombre, ni su vida, ni su pensamiento o sus problemas. Solo encontrarse para amarse. Una manera de irse conociendo y desconociendo. Una forma de encontrarse y de huir.
Pocos años después, después de haber rodado en España una película de Antonioni con Jack Nicholson, "El reportero", María fue reclamada por Buñuel. Ella estaba destinada- y contratada- para ser la protagonista de la última película de Buñuel, "El oscuro objeto del deseo". Llegó a Madrid, se encontró con don Luis y al día siguiente ya estaba de regreso a París. No sabemos exactamente que pasó en ese encuentro. Se dice que era un momento en que María estaba muy enganchada a algunas drogas. Algo de ella no gustó a Buñuel. La cambió por dos actrices: Ángela Molina y Carole Bouquet, una de las soluciones más imaginativas de la historia del cine. Ahora no imaginamos la película sin ese doble reparto para el papel que solo debería haber interpretado María Schneider. Como tampoco podemos imaginar "El último tango" sin la interpretación de aquella joven que nunca superó su interpretación en aquél tango en París.