Javier Rioyo
Si no sabes mentir no salgas de casa. Para estar fuera de casa, para sobrevivir en fiestas, presentaciones, inauguraciones, estrenos, premios, confesiones y demás saraos es necesario saber mentir. Mi amigo Paco Clavel, que sigue moviéndose por el mundo sin parar de sonreír, después de un atracón de amabilidad social, dijo en confianza: “¡Qué falsas somos!”. Cuando sufro de sobredosis de mentiras sociales me acuerdo de su frase. Pero, nada, eso no tiene cura. Y como no pienso hacerme testigo de Jehová, pues eso, a seguir practicando. Oportunidades no faltan.
Mantuve el tipo en presencia de Esther Tusquets, la muy apreciada escritora y editora catalana que hace unos días paseaba por Madrid. Hace poco publicó un libro sobre sus aventuras editoriales llamado Confesiones de una editora poco mentirosa ¿Será verdad? ¿Ha podido sobrevivir en el mundo editorial sin contar mentiras? Como no me fío, no me pienso jugar con ella nada al póquer. Un juego de refinadas mentiras, de apariencias y sangre fría, del que la editora es una consumada jugadora. No es lo mío. No edito. Pero con mucho placer he leído este libro, el segundo libro de memorias de editores que leo esta semana, con algunos meses de retraso. Me acordé de él después de haber leído el de su amigo Herralde. El de Esther es más propiamente un libro de memorias y no tanto de homenajes como el del editor de Anagrama. Está lleno de curiosidades de esta editora que empezó por casualidad. La primera, inolvidable editorial Losada, dice que le cayó del cielo. Casi del cielo, al menos del cielo del franquismo: la heredó la familia Tusquets de un tío cura que había sido un activo golpista en pro de Franco. De un tío que, las “virtudes” nunca vienen solas, era también un destacado antisemita. Hermosa traición la que hizo la familia Tusquets con la herencia de su tío. Muchos libros que nada tuvieron que ver con el franquismo le debemos a la editorial Losada.
Entre otras curiosas apreciaciones de la sagaz escritora y editora, me llama la atención que asegure que en Madrid se hablaba mucho más que en Barcelona. Se sorprende de lo que se hablaba en el Madrid de los años sesenta, también de lo poco que se dormía y lo mucho que se bebía. Asegura que se hablaba más pero que, comparado con Barcelona, se hablaba más o menos de lo mismo. Con la salvedad de un tema. En Madrid se hablaba mucho de toros. En Barcelona nada. Se nota que Esther Tusquets no era de las habituales del restaurante Leopoldo, del Barrio Chino. Allí, con la presidencia tertuliana de Néstor Luján, se hablaba de toros más que en una tertulia del Gijón con Javier Pradera. Eran otros tiempos; Néstor Lujan ya no está. Y Pradera está desencantado con la tauromaquia. Razones para hablar menos. Además, el Madrid cultural felizmente está lleno de catalanes. Que hablen ellos.