Javier Rioyo
Me gusta que algunos se sientan en éste lugar como en su casa, o mejor, como en su bar. Barra libre para todos. Para los que saben de bares y sus códigos o para los que resisten mal las compañías no elegidas. En los bares, al menos en los que no tienen reservado el derecho de admisión, tiene que haber de todo. Clientes de toda la vida, el espíritu de los que se pasaron y viven otras barras, otros bares, nuevos habitantes, pasajeros, estables, sobrios, borrachos y pesados. Esta es vuestra barra, si de alguno tiene que ser.
De vez en cuando fallo a mi propio bar, casi nunca por estar "malo", por tener fiebre, por estar acatarrado y ronco, ésta vez ha sido por éste estado febril que me traje puesto desde una escapada a Londres la semana pasada. Un virus inglés. También se pasa.
A pesar de haber tenido que salir, incluso hablar, he pasado muchas aburridas horas en la cama. Sin fuerzas, sin ganas de casi nada. Falsa imagen romántica del creativo estado febril. Con fiebre se puede crear más bien poco. Sí hemos sabido de algunos poemas, algunas lúcidas alucinaciones que han sido producto del mitificado estado febril, pero son hermosas excepciones.
No soy poeta, leo poemas. Y con la fiebre ni eso. Ni poemas, ni cuentos, ni películas, cansado de fiebre, haré mi pequeña rebelión, intentaré seguir leyendo, avanzando en una novela que me está divirtiendo y conmoviendo, la última novela del inglés- de origen pakistaní- Hanif Kureishi, "Algo que contarte". Merece una lectura más gozosa, menos sudada, menos febril y adormilada. Estoy en ello.
Gracias a los habituales, o pasajeros, de éste bar que en momentos de fiebre seguís atentos a ésta pantalla. Tomaros otra de mi parte.
Y responder a dos amigos. El libro del que hablé en la SER sobre Tiepolo es de Roberto Calasso, uno de los más interesantes escritores contemporáneos italianos, se llama "El rosa Tiepolo". Una biografía novelada, un libre acercamiento a un pintor que parecía no tener biografía. Una historia que nos descubre que el pintor que vino para decorar el Palacio Real en tiempos de Carlos III, que murió en ésta ciudad, es mucho más que un excelente decorador de techos nobles, de iglesias poderosas.
Y el otro apunte es para afirmarme en que cuando escribí "deportes vergonzantes" quería decir vergonzantes. Es posible que también vergonzosos, pero no corregiré lo de vergonzantes. Si alguien tiene interés en explicaciones técnicas que lo diga. Me aburren las correcciones, incluso cuándo tienen razón como otras muchas veces.
Salud.