Iván Thays
Liam Brady con la camiseta del Arsenal. Fuente: biogallerie «Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traía consigo (..) Siete meses después de perder a Liam [Brady, histórico mediocampo del Arsenal] cuando se lo llevó la Juventus, perdí a mi novia cuando se la llevó otro hombre de golpe y porrazo y justo en medio de la primavera, decepcionante temporada después de Brady. Y aunque supiera muy bien cuál de las dos pérdidas me dolió más ?el traspaso de Liam me produjo pesar, tristeza, pero no me produjo, por fortuna, los insomnios, las náuseas, la imposible, inconsolable amargura que se tiene a los veintitrés años con el corazón destrozado-, creo que de alguna extraña forma Liam y ella se terminaron por enzarzar y confundir en mi forma de ver las cosas. Brady y la chica que había perdido me emocionaron los dos durante bastante tiempo, puede que cinco o seis años, de modo que quizá fuera previsible que un fantasma se mezclase con otro. Después de la marcha de Brady, el Arsenal puso a prueba a un largo rosario de centrocampistas, unos competentes y otros no, condenados todos ellos por el mero hecho de no ser la persona que intentaban sustituir: entre 1980 y 1986 pasaron por ese puesto Talbot, Rix, Hollins, Price, Gatting, Peter Nicholas, Robson, Petrovic, Charlie Nicholas, Davis, Williams e incluso un delantero centro como Paul Mariner.Y yo viví un largo rosario de relaciones amorosas durante aquellos cuatro o cinco años, unas serias y otras no. Los paralelismos serían inagotables. El regreso de Brady, a menudo muy rumoreado (jugó en cuatro equipos distintos durante sus ocho años en Italia, y antes de cada traspaso los periódicos sensacionalistas británicos siempre publicaron artículos imperdonablemente crueles sobre el hecho de que el Arsenal estuviera a punto de recuperarlo) fue cobrando tintes poco menos que chamánicos. Yo estaba al tanto, cómo no, de que los arranques depresivos, enfermizos y agotadores que tuve durante la primera mitad de los ochenta no fueron debidos, claro que no, a Brady ni a la chica que había perdido. Era algo relacionado con otra cosa, con algo mucho más difícil de entender, con algo que debí de llevar dentro de mí durante mucho más tiempo del que llevé conmigo a esas dos personas absolutamente inocentes. Sin embargo, durante esos aterradores bajones pensaba muchas veces en épocas anteriores, en las últimas veces en que había sido feliz y me había sentido realizado, lleno de energía y optimismo, y Brady y ella eran los dos parte esencial de aquellas épocas. No es que fueran íntegramente responsables de ello, pero estuvieron presentes en mi felicidad, y con eso me fue suficiente para convertir esas dos historias de amor en los dos pilares gemelos sobre los que recaía todo el peso de una etapa muy distinta, encantada.Cinco o seis años después de marcharse, Brady volvió efectivamente al Arsenal, con cuyo equipo jugó en el partido de homenaje a Pat Jennings. Fue una extraña noche. Más que nunca estábamos necesitados de su concurso (un gráfico que representara la suerte del Arsenal durante los ochenta a la fuerza semejaría una curva en forma de U) y antes del partido me puse nervioso, aunque no como suele ocurrirme antes de los encuentros cruciales; fueron más bien los nervios del antiguo pretendiente que está a punto de embarcarse en una reunión ineludiblemente dolorosa, pero deseada desde hace muchísimo tiempo. Supongo que me aferré a la esperanza de que una recepción rayana en el éxtasis y con lágrimas en abundancia sirviera para que Brady se le encendiera la bombilla, para que cayera en la cuenta de que su ausencia nos convertía a nosotros tanto como a él en un futbolista y un conjunto muy por debajo del nivel que podíamos alcanzar. No ocurrió nada de eso. Jugó en el partido, se despidió con un gesto cordial y volvió a Italia a la mañana siguiente. La siguiente vez que lo vimos llevaba la camiseta del West Ham y nos coló un rosco impresionante, un disparo desde fuera del área que nuestro guardameta, John Lukic, no pudo atajar.Nunca le sustituimos de forma satisfactoria, pero encontramos a otras personas con otras cualidades distintas. Me costó mucho tiempo comprender que ésa es una manera de afrontar una pérdida tan buena como la que más.»Nick HornbyFiebre en las gradas