Javier Rioyo
Unos días sin Internet, sin Boomeran(g), sin primavera y sin corte inglés. No estuvo mal mientras duró. En el campo y desconectado, un respiro. Eso sí, me escapé un día, el domingo, a la civilización. Bueno exactamente a Valladolid y en su Feria del Libro. Tampoco estuvo mal. Un encuentro con un prosista, uno de los mejores, Luis Landero. Una charla con lectores, curiosos, paseantes y algunos poco avisados ciudadanos que pasaron por aquella carpa en la hora justa en que la charla debería comenzar. Apenas hablamos de su última novela, por deferencia del autor a tantos que no habrían tenido oportunidad de leerla. Solo puso una condición el afable Landero a la encantadora responsable de las actividades de la feria, la letraherida vallisoletana Begoña Orellana, para que su “actuación” pudiera comenzar: tener güisqui en la mesa. Yo, que soy tan fácil en éstas y otras cuestiones, naturalmente imité y aplaudí la petición. Hicimos nuestro homenaje al recordado y admirado Nabokov, que le pidió lo mismo a Benard Pívot. Hablamos con güisqui, con risas, con desprejuicio y en público. Es posible que sin los güisquis no nos hubiéramos atrevido a repasar algunos “polvos” tristes de la historia de la literatura. ¿Era correcto hablar en público lo que hablamos en privado? ¿Es razonable decir en voz alta lo que se dice en la baja voz, y precisa voz, de la letra escrita? Hubo regocijo, caras alegres, risas… y también, lo pude percibir desde el pequeño estrado, desde el segundo güisqui, caras serias y más o menos discretas huidas de la carpa. Nunca fuimos muy atrevidos. Somos ahora, desde hace tiempo, mucho más mojigatos y cuidadosos que los charlistas de antaño. También menos osados que los prosistas, menos que los poetas.
Recordé aquellas coplas de Góngora, aquellas letrillas que nos hablaban de algunas mujeres de su tiempo: “En Valencia muy preñada/ y muy doncella en Madrid,/ cebolla en Valladolid/ y en Toledo mermelada…”. Muy bien las cantó Paco Ibáñez. Y no era la más atrevida de esas que escribieran Góngora, sacerdote, jugador, enemigo e insultador de Quevedo. Capaz de la seriedad, de la profundidad de Las soledades y autor de muchas sátiras, panfletos, coplillas y chuflas en público o en privado. Ahora, decimos cuatro cosas sobre amores físicos y casi pedimos perdón. Somos unos pacatos.
Y de esas prosas, a encontrarme el blog lleno de poesía. ¿Y qué digo yo? Pues nada, leer y seguir. Amigo poeta, como ya habrás leído el libro de Rilke a un joven poeta, no tengo consejos que puedan valer. Admiro mucho a los poetas. Sois muy vuestros. Sois como niños, una envidia. Algunos como niños muy mayores. Otro como niños muy vanidosos. Otros como esos que describía mi admirado Lec: “Los poetas son como los niños: cuando están sentados en su escritorio, no tocan la tierra con los pies”. No está mal. Yo ya llevo horas pisando tierra y charcos.