Javier Rioyo
Estoy en Guadalajara, en la tierra del tequila. Rodeado de libros y de bebidas reposadas. Es lo único reposado del viaje a esta feria de libros y otras músicas. Otro día, de regreso, hablaré más de la feria. Y de sus raros tan necesarios. Carlos Monsiváis a la cabeza de los vivos. Y de entre los muertos casi todos los “contemporáneos”, esos modernos mexicanos del pasado siglo y que cada vez me proporcionan nuevas y mejores sorpresas. Después de Salvador Novo -y también gracias a Monsiváis- me llegan los poemas y otros escritos de Carlos Pellicer. Otro que formará parte de mis lecturas, de mis viajes. Está en compañía de Owen, Gorostiza, Villaurrutia. Ya sé que para los mexicanos son muy familiares, sus clásicos contemporáneos, pero para los españoles de Cotiledonia no lo son tanto. Prometo un poco más de divulgación, para que esos ilustres que no querían serlo no caigan en olvidos tan injustos. Cuando a Pellicer le preguntaron si le gustaría terminar en el pabellón de hombres ilustres, contestó: “A mí me gustaría, compañero, que mis restos acabasen en el Canal del Desagüe”. Me gusta este dramático poeta que no es lo que parece. No lo conocía y no olvidaré su nombre… Todo será posible menos llamarse Carlos.
Las ferias merecen la pena para encontrarte, para descubrir estos mediterráneos. Los míos han sido estos compañeros de un viaje que no pude hacer y que ahora estoy emprendiendo.
Pero de eso escribiré otros días. Ahora solo quiero pedir disculpas por mis desapariciones. Prometo repetirlo de vez en cuando. Tardé pero conseguí leer a los blogueros, a los ya muy conocidos/as y a otros nuevos que vienen del mundo de Azúa. Yo también lo echaré de menos… Pero mi nostalgia está unida a una cantante, otra rara a la que han recordado. Soy mitómano, pero por timidez no he pedido en mi vida muchos autógrafos. Sí muchos libros dedicados, pero eso es otra historia. Perdí un autógrafo de Buñuel. Y conservo un disco dedicado por Nico. La perseguí desde adolescente, cuando era la más hermosa de las cantantes, en los tiempos gloriosos de la Velvet, cuando llegó a España por primera vez para hacer un famoso anuncio de coñac; en aquellos días actúo para muy pocos en un local que pasó a la historia hace unos treinta años.
Veinte años después la seguí en sus últimos conciertos en Barcelona. Me dedicó su último disco… y me dio unas caladas de un canuto. También un beso. Todavía hoy siento un pellizco cuando la recuerdo. Después murió estúpidamente cerca del mundo de Cristóbal Serra. Murió en la isla de Ibiza de una caída de bicicleta. En Guadalajara, en una cantina, esta misma noche brindaré por ella.