Javier Rioyo
No quiero peleas de banderas, ni patrias, llevo con dignidad vivir con ésta bandera- la roja y amarilla- no necesito compasión. Y respeto, en general, los símbolos de la mayoría aunque no los comparta. Hay otras patrias. Una es la cocina. Otra la bodega. Cuando sólo nos queda la cocina decía mi amigo Javier Domingo, un tipo escéptico, culto, exagerado y voluble. Afrancesado y amante de las buenas comidas y bebidas.
En aquellos tiempos en los que nos empezábamos a preocupar por el buen comer ya habíamos tenido la suerte de poder tener cerca de nosotros ese particular "libro rojo" para nuestra básicas enseñanzas entre pucheros. El libro -uno de los libros fundamentales de nuestra historia editorial- es 1080 recetas de cocina. El que nunca lo haya usado es que tenía una abuela cocinera o era pariente de Arzac o era, es, un raro y muy sobrado. Más de tres millones y medio de ejemplares vendidos, cientos de ediciones- la última es una joya con ilustraciones de Javier Mariscal- hacen de ese libro tan básico, tan claro y tan útil, el libro junto a la Biblia y El Quijote más vendido en nuestro idioma.
Un libro como ese permite ciertos riesgos editoriales que sigue manteniendo la muy necesaria, y querida por tantas cosas, editorial Alianza. Honor a un libro que por sus ventas permitía que se publicara a Thomas Benhard u otros de su estirpe. Ayer murió Simone Ortega, españoles de muy distinta condición la sentimos, era alguien que desde hace años nos acompaña en algo tan cotidiano como el saber comer, el saber cocinar o al menos el poder intentarlo. Había habido otros libros, pero ninguno tan cercano y práctico. Eso que no olvido que el "recetario de cocina española de la Falange" -de las pocas cosas que reivindicamos de la Falange- pero el de Simona Ortega, mucho más que otros de maestros más complicados, era, es, como el libro de iniciación en un arte tan complejo, tan rico, como ese de andar de cocinillas. Al menos lo intentamos y a veces, gracias a ella, conseguí hacer un arroz, incluso freír un huevo. O dos.
Si Cervantes fue el soldado que nos enseñó a escribir. Es decir, que nos enseñó cómo se podía escribir, aunque nunca lo consiguiéramos. Simone Ortega nos enseñó a cocinar, aunque nunca seremos Santamaría. Dios y Adriá nos libren.