Javier Rioyo
La belleza del fútbol estaba en Roma. Y yo miraba el atardecer de inmenso sol rojo, y mar color de vino, en Capri. Dos formas de belleza, dos decorados que nos hacen más felices. Ni el fútbol normalmente es cómo lo está haciendo el Barca, ni los paisajes habituales son cómo éstos de las islas del Golfo de Nápoles.
De Capri nos trasladamos a Ischia, una de las joyas casi mitológicas de las bellezas del mediterráneo. Aquí está el más antiguo vestigio griego, esa copa de Néstor en la que hay una inconclusa frase: "yo soy la hermosa copa de Néstor, el que bebe de esta copa de inmediato será dominado por el deseo de Afrodita, la de la hermosa corona". No bebí en su copa, pero confieso que bebí otras copas, aquí al lado, en la isla de Procida es dónde Neruda bebió muchas copas entre cartas, amores y carteros silenciosos.
Esta mañana entraba el sol a mi habitación y apenas se podía ver la silueta imponente del Vesuvio, a la derecha el castillo de Los Aragoneses, con fascinantes historias de monjas que se pudren, amores que se esconden y dudas sobre los amores de Leonardo da Vinci y su posible modelo la española Constanza de Ávalos, la que Benedetto Croce decía era la modelo de "La Gioconda". No se mucho de la historia, pero nuestra hermosa guía isleña, una joven arquitecta que estudió en Madrid, dice que los dos eran "gays". El tiempo saca de sus armarios a los más recatados de los artistas y las princesas más misteriosas. Me divierto con esas historias.
Estoy en un festival de Cine y Gastronomía, en la isla que fascinó a Visconti, y todo un mundo de la "dolce vita" que hasta aquí vinieron atraídos por el mecenas, editor y agitador cultural, Ángelo Rizzoli. Estas islas están llenas de cine, llenas de decorados de películas que amamos, de escritores a los que hemos querido, a los que seguimos queriendo desde Virgilio hasta Patricia Highsmith.
A veces la belleza parece un decorado, un hermoso decorado. También la belleza tiene su lado convulso- si no es convulso, ¿podrá ser belleza?- y también recordamos que vivimos sobre las larvas de viejos volcanes. Y no tan viejos.
La belleza, este decorado casi perfecto, también cansa. Mañana cruzaré a otra realidad, también hermosa pero tan humana, tan ferozmente humana, como esa ciudad que se llama Nápoles. Seguramente haré una parada en Campo Flegrei y me acerque a ese lago que está en el fondo de un cráter. Se llama el Averno. Sí, el lugar dónde Virgilio en la "Eneida" coloca la puerta del infierno. El infierno serán los otros, pero a mi imaginación le impresiona esa puerta de ese lugar. No creemos, pero nos gusta volar libremente.