Javier Rioyo
Descubrir ahora a Juan Filloy es como descubrir el Mediterráneo. Pero así somos muchos de osados, ignorantes y entretenidos en tantas cosas, libros y gentes inútiles. Incluso entretenidos en mares innecesarios. ¡Qué digo mares!…a veces lo que nos entretiene no son ni charcos de gran consideración. Pues bien, ahora estoy descubriendo, ese mar literario tan rico, tan sorprendente, de tanta sabiduría y conocimiento que es Juan Filloy. Claro que había oído hablar de él. Que algo había leído sobre este raro escritor de Córdoba, Argentina, que vivió ciento seis años, que escribió muchos libros, que siempre tituló con siete letras y que tuvo algunos admiradores a los que también admiramos mucho. Sabía esas pocas verdades, esos datos tan parciales y secundarios en una rareza literaria que le acerca a los grandes. Por sus formas y por su fondo.
Ahora, que sigo leyendo a Filloy desde que hace apenas dos semanas, me tropecé en Buenos Aires con la edición de una de sus más singulares obras: Yo, yo y yo, (Monodiálogos paranoicos), me alegro de haberlo tropezado en esa editorial argentina El cuenco de plata, que está editando la “Biblioteca Juan Filloy”.
En España hace tres años publicaron una de sus obras mayores, Caterva, en una hermosa edición de Siruela. Que, además, añade un epílogo de Tempo Giardinelli que nos da una breve y excelente información de este escritor casi oculto.
Fascinantes sus libros, fascinante, por metódica y poco usual entre escritores su larga vida. Hijo de emigrantes, gallego y francesa, que tuvieron un almacén de ramos generales llamado “La Abundancia” en Córdoba, donde el niño Juan trabajaba y leía furtivamente. Después como abogado, como magistrado estuvo 64 años en la pequeña ciudad de Río Cuarto. Desde allí creó una inmensa obra, casi inédita, autoeditada, atrevida, procaz en muchas ocasiones- era Juan gran aficionado a lo prostibulario- y siempre con una inusual maestría en el uso del lenguaje.
Original, rebelde, perfeccionista, gran polígrafo, sonetista, maestro del palíndromo y autor de una gran obra que no debe quedar oculta. Más cerca de Bioy Casares que de Borges. De Borges decía que “escribía bastante bien, pero que le faltaba calle. En Borges no hay coito, no hay sangre”…En fin, nunca es tarde. Yo, con mi edad avanzada me siento rejuvenecer leyendo a este grande al que tanta gentuza me había dejado en la sombra. Un letraherido que también se supo divertir. Que vivió en su pequeño mundo haciéndonos llegar muchos mundos.
Como dice Giardinelli, “un ejemplo de libertad y virtud”, decía Filloy: “Jamás di un paso para hacer un negocio ni para conseguir nada. Pero di miles de pasos para encontrar un adjetivo gravitacional. Mi felicidad consiste en eso y, como Plinio el Joven, todo mi gozo está en las letras.”