Javier Rioyo
Ya habíamos leído sus Opiniones mohicanas, algunos flashes -¡Flash, qué palabra tan “gauche divine”!… Cenar en el “flash, flash”, beber en Bocaccio- sobre escritores y también su libro observatorio del mundo editorial. Ahora, en su anagramática biblioteca de la memoria, se autoedita Jorge Herralde un libro compilación, ampliación, revisitación de su mejor libro: su propia mirada editorial. Escribiendo sobre otros, se escribe sobre sí mismo. Soy un viejo fan de su editorial, desde los ensayos hasta las dispersiones, desde los clásicos contemporáneos recuperados, hasta sus apuestas abiertas a la narrativa en español.
Si Herralde no hubiera existido en nuestra vida de lectores hubiéramos tenido que inventarlo. Felizmente cuando nos despertamos a ciertas lecturas, Herralde ya estaba allí. Como el dinosaurio de Monterroso. No fue el primero de nuestros modernizadores editoriales, ahí estaban Barral, Salinas, Aguirre, Pradera, pero sí fue el más abierto a todas las modernidades. Camina para los primeros cuarenta años de trabajo editorial y Jorge Herralde sigue sin perder esa pasión por los libros y sus autores. Casi una enfermedad.
Hace tiempo rompió esa leyenda del editor ágrafo. Estamos ante su quinto o sexto libro publicado, aunque casi siempre sea el mismo libro, ampliado, corregido, aumentado o autocensurado, y sin embargo seguimos esperando sus memorias. Las memorias del editor, del lector y, sobre todo, las del observador de las luces y sombras de nuestro pequeño mundo de letraheridos. Generalmente un mundo de copas largas y contratos cortos. Podría ser tan divertido, controvertido e instructivo como ese libro que nunca llegó a publicar: las memorias de Jesús Aguirre, su amigo y Duque de Alba. Divertidísimo ese capítulo inicial que Herralde dedica al Duque. Castellet, cuenta Herralde, cuando se enteró de la noticia gritaba gesticulando: “¡El cura Aguirre ¡Duque de Alba! ¡Es lo más grande que nos ha pasado en nuestras vidas!”.
El libro de Herralde, Por orden alfabético se lee con la misma facilidad que alguno de sus personajes se beben un trago largo. Con placer. Lo malo es que un buen trago, te lleva al siguiente. Y así. Pero no nos queremos emborrachar, tenemos muchas lecturas pendientes, esperamos -después de este excelente trago- el siguiente libro de Herralde. Seguiremos leyendo ese excelente novela-rio que es el catálogo de Anagrama, pero pretendemos seguir degustando sus libros y sus memorias. ¡Ah, y que no se olviden algunos nombres, algunos escritores que tan cercanos fueron en años pasados! ¡Que diga algo de ellos, aunque sea bueno!