
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Hace unos días hablamos de una novela de amor y estación, "En Grand Central Station me senté y lloré". Y hace unos meses de otra novela de estación sin amor, esta vez una extraña estación de algún lugar de este país, en algún tiempo pasado, "La paradoja del interventor", las dos novelas- de Elizabeth Smart y de Gonzalo Bayal- me conmovieron e inquietaron por razones muy diferentes. El tren, las estaciones, esos espacios de viajes, llegadas, retornos, salidas y caminos que nos hacen llegar de algún lugar a otra parte, incluyendo ninguna parte, siguen siendo uno de los espacios más necesarios de la literatura. Y del cine, el teatro, la pintura, la fotografía y toda propuesta artística que nos permite viajar con la realidad y con la imaginación. Una manera de profanar los lugares que nunca conocimos.
Ahora, desde Valladolid, y después de un viaje en tren a Madrid para discutir sobre los poemas y las prosas del premio literario mejor dotado de los nuestros- quince mil euros para un cuento, lo mismo para un poema, primeros de los llamados "Premios del tren"- me vuelto las ganas de viajar en tren. De leer y mirar historias desde el tren. Nos pusimos de acuerdo, después de discrepancias, descalificaciones y otras peleas entre salvajes domesticados, entre detectives dispersos de la prosa y el verso que componíamos el jurado de éste año. Conseguimos consenso, llegar a los premios y no terminar ni cautivos, ni desarmados. El consenso es la victoria de un jurado. Me gustó premiar al querido y conocido narrador Luisgé Martin. Y recuperar para mi particular nómina de poetas a uno apenas conocido y ya muy apreciado.
No recuerdo las bases, pero no creo que les moleste a los autores, editores, agentes y otros ángeles de la guardia, y la vanguardia, de nuestras letras si reproduzco algo de las obras ganadoras. Reproducir, por ejemplo, los primeros versos ganadores de un poeta que nos llegó de El Salvador. Se llama Jorge Galán, conoció otros premios, otras ediciones entre nosotros, pero esta feliz lotería, este machadiano premio nos acercará mejor a esa forma belleza y dureza, esas vidas que tienen que soportar nieblas, historias de trenes lejanos que se nos cuentan en el poema "Los trenes en la niebla":
"Los trenes salían de la niebla. Me dejaban atrás. Yo era su pasado
más inmediato. Entonces vivía al final o al inicio de lo que llamábamos horizonte
y veía subir y bajar a tantos que aprendí a saber quiénes no iban a volver más.
No puedo decir que se los veía en los ojos ni que algo les cubría
Pero aprendí a distinguirlos como se distinguen los vivos de los muertos,
cuando el frío hace que no nos queden dudas.
Sé que nací un noviembre en una época donde aún existían las cartas de amor.
Ese día era otoño en alguna parte, pero acá era invierno con lluvias.
Yo se que a nadie interesan estas cosas, pero ese año,
el último día de diciembre, a medianoche, mi madre y la familia
de mi madre esperaron en el patio trasero, sentados a la mesa,
la caída del tiempo de los hombres. Pero nada pasó, les habían mentido,
las escrituras no cumplieron su promesa, ni una figura
emergió de las nubes ni se escuchó campana alguna ni trompeta.
Decepcionados, caminaron a través de una línea de tren hacia la oscuridad…"
Así empieza el largo, y hermoso, poema de Galán. Un poema que consigue que un jurado de dispersos gustos nos pongamos de acuerdo. Esta tarde decidimos otros premios en otro jurado.¡Esta rareza de tener que "juzgar", premiar o castigar obras que otros hicieron! De las veinte películas a concurso en la sección "Tiempo de Historia", la sección oficial de documentales, solo podemos premiar tres películas. No será fácil. El cine documental goza de buena salud. Y yo tengo tendencia a dudar. Mañana despejaremos las dudas.