Javier Rioyo
Soy partidario de la censura. Al menos de la censura ilustrada. Incluso, de alguna censura sin ilustración. Por ejemplo, la censura del cine en tiempos franquistas mejoró algunas películas de Berlanga. Les obligó a él y Azcona a realizar un peculiar ejercicio de la imaginación que no hubieran realizado sin tener que dar esos rodeos. La burla del censor les hizo más imaginativos. También la censura mejoró el final de la película Viridiana de Buñuel. El censor no permitía que Paco Rabal se quedara solo con la ex monja que interpretaba Silvia Pinal y propuso un final con mesa camilla y juego de cartas, pero con una carabina, con otra mujer que interpretaba Margarita Lozano, servidora y amante de Rabal. Una perversa idea de menage a trois que no se le había ocurrido a Buñuel y que se debe al censor.
¿Y qué es la censura ilustrada?…No tengo ni idea, pero yo también soy censor y, con perdón, más o menos ilustrado. Una vez me preguntaron a quién no llevaría al programa de televisión Estravagario. Muy correctamente democrático dije que a nadie censuraría, que me gusta hablar con mis contrarios, con mis oponentes éticos o estéticos… Lo pensé un poco más sinceramente y confesé que sí censuraría al algún personaje que- a mi juicio- no merece ser llamado escritor, y menos historiador. Di un nombre, el de Pío Moa y podría haber dado alguno más. ¿Para qué llevar a televisión, a las páginas de un periódico o a la radio a alguien que sabes que es manipulador de la historia? ¿Para qué invitar a televisión a insultadores, ventajistas, marrulleros, mentirosos, manipuladores y falsarios? ¿Para qué hacer más famosos a los que se hicieron ricos y famosos con las peores artes de la escritura o del periodismo? ¿Por qué soportarles en una televisión pública?
¿Es eso censura? Puede ser, será, pero es lo que yo llamo censura ilustrada. En este blog se sorprendía de mi optimismo el amigo Filemón Pi porque aplaudía vivir en un país donde no se censura a provocadores tan inteligentes como Albert Pla. También me congratulo de que se puede representar con normalidad, y en un teatro público, el muy vitriólico y extraordinario montaje de Marat Sade, un Peter Weis, versionado por Alfonso Sastre e interpretado por “Animalario”. Tampoco les gustará a los bien pensantes, a los lectores de Pío Moa, a los oyentes de la COPE o a los nostálgicos de algún comunicador de deportes. Se siente, tuvieron su tiempo, sus dictadores, sus censores y sus púlpitos. No es lo mismo callar a un falsario que a un hombre libre, aunque sea el marqués de Sade. Con él nos iríamos al infierno, pero ni un paso más. Con los otros no me voy ni al paraíso un fin de semana. Será censura, pero tendrá sentido. Por eso lo que hizo la otra noche la televisión pública me pareció un acto de sinceridad y de buen gusto. No dejar insultar. Entre otras cosas.