
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Hace tiempo leímos ésta obra inmensa, inacabada, mayor de uno de los mayores de la literatura. Hemos sido igual de inocentes, ingenuos, estúpidos y voluntaristas, como ésta pareja de oficinistas que quieren entender el mundo, las ciencias, la literatura, la agricultura, la química y casi todo el conocimiento humano. Historia de un desastre anunciado. Camino disparatado de dos seres desvalidos, solitarios, oscuros que van hacia ninguna parte. Aunque quizá el empeño, el camino haya merecido la pena. Así lo señala una frase del capítulo 8 del primer volumen. Después de tantas desastrosas experiencias, parece- como señala en su extraordinario prólogo Jordi Llovet, los personajes adquieren un claro discernimiento de la tontería ajena, lo cuál les hace menos tontos: "Entonces se desarrolló en su espíritu una facultad molesta, como era la de reconocer la estupidez y no poder ya soportarla"
Gran asunto, ¿podemos librarnos de la estupidez? O el necio lo sigue siendo aunque no se de cuenta. Hay un duro proverbio francés que dice: "Cuando uno estúpido, lo es para siempre". Sin embargo, cada vez que me acerco a ésta novela que nunca me abandona, me siento menos estúpido.
Estoy leyendo varias cosas, algunas comentaré por aquí, pero no hay ninguna lectura- si no volvemos a Cervantes, Joyce, Proust, Kafka- que tengan esa capacidad de ser lecturas para una vida. Siempre se debe volver a ellas.
Y volver en una edición tan exquisita como ésta de Mondadori, con traducción de José Ramón Monreal, edición de Jordi Llovet, que por primera vez en castellano incorpora todas las notas, el material que Flaubert pensaba incorporar en el segundo volumen. Además de tapa dura. Perfecto y menos democrático, como le gustaba a Flaubert.
Seguramente iré a votar el domingo. Siempre me he sentido Europeo, lo he sido incluso cuando algunos creyeron que Europa terminaba en los Pirineos, lo seguiré siendo aunque tengamos esos representantes. Me gustaría tener mandatarios que hubieran leído a Flaubert. Se que el mundo avanza, cómo se dice en ésta obra, hacia el patetismo universal. Quizá no porque vaya a ser "una gran francachela de obreros" sino porque será una gran francachela de estúpidos viendo las mismas películas, leyendo lo mismos libros- o ninguno- y mirando las mismas diversiones. Seamos más europeos, menos estúpidos. Leamos "Bouvard y Pécuchet". O no lo lean. Seamos libres hasta en nuestra estupidez.