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La familia Wittgenstein

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Cabe la desgraciada posibilidad de que este bien documentado libro de Alexander Waugh se convierta en un foco de atracción para rencorosos desencaminados. Y dentro de dicha categoría incluyo a toda persona no profesional pero dotada de una considerable dosis de buena fe que deseando ingenuamente acercarse a la obra y el pensamiento de Ludwig Wittgenstein haya cometido la heroicidad de comprar el Tractatus lógico-philosophicus con la intención de empezar a leerlo por las primera página y  no cejar en su loable empeño hasta llegar a la última. Quien así haya procedido tiene un altísimo porcentaje de posibilidades de no haber pasado de la primera página, siendo casi inevitable que haya terminado cerrando el libro con un profundo sentimiento de frustración.

                Pero nadie debería sentirse así. Al fin y al cabo lo mismo les pasó a Bertrand Russell y George Moore, que eran  maestros  y mentores de Ludwig Wittgenstein desde que éste aterrizó en Cambridge huyendo de la carrera de ingeniero  que trataba de imponerle su padre. Russell incluso escribió una especie de prólogo explicativo del Tractatus que el propio Wittgenstein ordenó retirar en las siguientes ediciones porque – decía – el maestro no había entendido nada y con sus aclaraciones no hacía sino confundir aún más al lector. Tampoco a Moore le fue mucho mejor y si bien supo desde el primer momento que tenía en las manos una obra capital hubo de confesarle a su joven discípulo que no estaba muy seguro de qué había querido decir con su libro. Progresivamente alarmado, Wittgenstein se lo  mandó personalmente al muy prestigioso Gottlob Frege. Siendo los dos del mismo ramo – pensaba el lógico en ciernes – la comprensión sería inmediata. Pero quiá. Un desconcertado Frege no tardó en contestar a su joven colega que no había entendido una sola palabra de su escrito.

                En plena frustración el lector puede caer ahora en la tentación de probar un acercamiento  Wittgenstein por la puerta de atrás, o si se prefiere, de la mano de un buen biógrafo. Si éste acaba sabiendo todo lo pertinente en la vida del biografiado – puede pensar el lector – quién te dice que no te va a dar unas cuantas claves decisivas para entender su obra. Pero aquí sale lo del rencoroso desencaminado, pues si alguien quiere llevar a cabo esa operación de aproximación, tan digna o inútil como cualquier otra, debe encaminarse hacia la biografía de Ray Monk, Ludwig Wittgenstein: el deber de un genio, publicada por Anagrama en 2002.  Ésta si es una auténtica biografía de Wittgenstein y un loable esfuerzo por mostrar al personaje y dar pistas fidedignas acerca de su obra.

                Por el contrario Los Wittgenstein, como bien dice el título, tiene por protagonista a la familia entera y Ludwig sale mucho, pero sólo como uno más. Lo cual podría  ser motivo para cuestionar este libro en su conjunto, pues a quién puede caberle la menor duda de que si un investigador inglés escribe la historia de una riquísima familia vienesa de principios del siglo pasado, y que si esa historia se traduce ahora al castellano, se debe fundamentalmente a que uno de sus miembros, Ludwig, autor de un librito de apenas dos centenares de páginas, acabó siendo uno de los filósofos más prestigiosos y fructíferos del siglo xx. En cuyo caso, por qué tratarlo como uno más y por qué poner a los demás en plano de igualdad con quien de verdad dio fama a todos.

                Pero ahí, en su aparente limitación, radica también su mejor virtud. Los Wittgenstein eran tantos (el abuelo, Hermann Christian Wittgenstein tuvo once hijos, y el padre, Karl, otros nueve, el último de los cuales fue Ludwig, familiarmente conocido como "Lucki"); era todos tan ricos e influyentes, estaban tan bien relacionados en las altas esferas de la economía y la música, y (dicho esto de forma coloquial) estaban todos tan rematadamente desquiciados que sólo con seguirle detenidamente la pista a cada uno de ellos y sus circunstancias acaba saliendo la historia entera del Imperio Austrohúngaro  y con ella una panorámica muy variopinta de Viena y Europa antes de la Primera Guerra Mundial, es decir, en su último esplendor, y una visión terrible de las esperpénticas Viena y Europa después de la primera catástrofe universal y abocadas, irremisiblemente, al remate escenificado con motivo de la Segunda Guerra Mundial con Hitler, los nazis y toda aquella terrible parafernalia. Contra ese telón de fondo van naciendo, creciendo y muriendo los pobres ricos Wittgenstein, con sus suicidios, sus querellas personales y colectivas, sus manías y fantasmas  o sus respectivos desgraciados destinos. Y por qué será que siempre parecen más trágicos dichos destinos cuanto más ricos son quienes los padecen. Muy vistosa esa imagen casi al final, con Wittgenstein repartiendo entre sus hermanos su porción de la fabulosa fortuna paterna, todo para irse a ejercer de maestro en un paupérrimo pueblo de Austria del que hubo de salir a la carrera porque, en su afán por enseñarles alta matemática a aquellos pobres niños pueblerinos, muchas veces perdía los estribos y a uno le pegó hasta hacerle sangrar por los oídos mientras que a otro le hizo perder el sentido. Qué vidas.

 La familia Wittgenstein

Alexander Waugh

Lumen

 

 

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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