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Comodines

Por 22 de diciembre de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Francisco Ferrer Lerín

Chatarras, Pumbo y La Monja Enana fueron los más grandes jugadores de chiribito que hollaron los tapetes del Casino Principal de Jaca; el chiribito, esa variedad de póquer, agresiva, espectacular y calibrada que otra gloriosa personalidad, que atendía por Loquilla, trajo a estos venerables salones en exclusiva para todo el gremio del naipe de la ciudad pirenaica. Sería 1980. Loquilla sufría importantes pérdidas en la sesión semanal de bacarrá oficiada en aquel insólito lugar cercano a Huesca y necesitaba resarcirse con toda urgencia. Propuso en Jaca cambiar de modalidad de juego, implantar algo que él dominaba, y con lo que creyó poder desplumar a sus compañeros de mesa. Pero minusvaloró a los poqueristas jacetanos (y zaragozanos visitantes), en especial a los nombrados al comienzo de esta historia, que pronto aprendieron, superaron al maestro y le obligaron a buscar en otros frentes el modo de sufragar la deuda. Loquilla murió pronto, y quizá en paz. En cualquier caso, el chiribito, también llamado póquer sintético, quedó instalado, no como homenaje a su introductor sino como incomparable método de mover dinero, en las hexagonales mesas del número trece de la calle Echegaray, en tiempos conocida como calle de las Damas. 

Pues bien, anotar un detalle; ni Chatarras, ni Pumbo, ni La Monja Enana, ni la inmensa mayoría de puntos autóctonos y alóctonos, caballeros todos, quisieron saber nunca nada del empleo de comodines en esa maravilla de la inteligencia y la emoción que es el póquer sintético, como tampoco antes lo quisieron en el ejercicio del póquer convencional, el póquer tapado, el de las cinco cartas. Sí, había una tradición, una costumbre, casi una corriente de pensamiento que postulaba la inclusión en el mazo de uno o dos comodines, pero era una tendencia que surgía entre clases pasivas, entre jugadores no creativos, entre quienes restaban a las cartas su propio valor para reducirlas a la vulgaridad y convertirlas en vehículo de la anodina pasión por el azar. ¡Los comodines!, y aquí es adonde quería conducir el discurso, al empleo exacerbado de comodines, pero no de los que tienen en el jóker a su emblema, sino otros, otros comodines, intangibles pero nefastos, invasivos veloces que se instalan en todos los sistemas de voz; me estoy refiriendo a los comodines gramaticales, a uno en especial, a ese verbo “hacer” que anula, arrasa a otros muchos verbos convirtiendo el empleo de la palabra en un desierto en el que la creación expositiva, la riqueza de los matices, se devalúan hasta transformarse en una insoportable muestra de inanidad y aburrimiento.     

Expresiones como “hacer el aperitivo”, “hacer un infarto” o “hacer pole” son de uso frecuente en los medios audiovisuales y, cada vez más, entre personas bastante bien educadas. Sustituir por el comodín “hacer” certeros verbos como –en estos tres casos- “tomar”, “sufrir” o “conseguir” es el signo de los tiempos, una moda, una señal aceptada del empobrecimiento del idioma y una pírrica victoria para los que propugnan igualar a las gentes por abajo. Sin embargo, en todos los terrenos, incluso en los más deleznables, es posible establecer algún récord, alcanzar un nivel impensable de estulticia y aborregamiento colectivo. Lugar: gasolinera El Cid en la autovía Zaragoza Huesca. Protagonistas: dos matrimonios de mediana edad y condición social que llegan a bordo de un coche matrícula de Tarragona. Diálogo (traducido): “Mientras haces gasolina iremos a hacer un café”; “No tengáis prisa que voy a ver si también me hacen el parabrisas y seguro que si les doy propina también me harán las ruedas”. Nunca Chatarras transigió ante los patrocinadores del descalabro: siempre buscó la mejor jugada, siempre buscó esgrimir con sagacidad sus altos poderes; daba gusto verle articular los naipes como si fueran sintagmas; ¡qué artista de la dicción!; abofeteó, dice la leyenda, a un agrimensor que quiso convencerle de la bondad del cambalache, de que hay quien sirve para todo, del usar y tirar, del qué más da cómo se hacen las cosas.          

 

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Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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