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Vacaciones del melómano vicioso

Por 29 de junio de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Les dejo un momento durante cuatro semanas, que lo pasen bien. Las vacaciones son para leer y escuchar música, nadie me convencerá de lo contrario. Ya sé que Susan Sontag quería subir el Matterhorn antes de morir, pero también quería aprender a tocar el piano. En meses previos a que el cáncer le hincara sus colmillos por última vez, escribió: "A lo mejor aún me da tiempo para lo del Matterhorn". Sobreentendido: porque lo del piano…

Aprender a tocar el piano, una de las pocas cosas que vale la pena en esta vida, es algo que debe comenzar en lo que se dice "la más tierna infancia" y que por lo general indica un severo episodio de llanto, inseguridad y soledades. Cuando ya vas siendo mayor y el cerebro se te llena de arena, tienes la misma posibilidad de poner los dedos en la tecla adecuada como de cargar el acento en la sílaba que da vida poética a un idioma extranjero. "¡Es tholic, no cathólic, estúpido!".

    Leo lo de Susan Sontag en esa milagrosa revista llamada "Granta", perfecta lectura de verano que en español publican Valerie Miles y Aurelio Major. El último número es soberbio, como de costumbre, pero tiene un particular hechizo para los viciosos de la semicorchea que me obliga moralmente a ensalzarla para el clan. En un artículo James Fenton cuenta su vida privada con un clavicordio: escenas íntimas que ruborizarán a más de un lector inexperto. El clavicordio (ya se esfuerza Fenton en dejarlo claro) no es el clavicémbalo. Sería como confundir a Audry Hepburn con Silvester Stallone. Dan intimidades diferenciadas.

    Pero viene luego algo aún más pecaminoso: ¡una ópera con libreto de Ian McEwan! El compositor Michael Berkeley la estrenó hace un año, en Gales, y desde luego no es sensato perdérsela. Se trata de un libreto peregrino: contiene furiosas pasiones como para dar un Verdi, sarcasmo y bufonería como para dar un Strauss y crímenes como para dar un Alban Berg. Lo que haya podido hacer Berkeley con ese combinado es algo digno de oírse, por malo que sea. La vida: pasión, sarcasmo y crimen. Música y literatura. La ópera. Telón.

Artículo publicado el sábado 27 de junio de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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