Félix de Azúa
Siendo así que nadie mejor que él va a contarnos su vida, limitaremos esta introducción a unos cuantos asuntos que pueden orientar al lector. Y el primero de ellos es ¿a qué "vida" se refiere el título? Porque Casanova vivió decenas de vidas y no una sola; es el suyo un caso de síntesis colosal en la que es posible adivinar por lo menos cinco destinos posibles, aunque por fin venciera el menos cómodo para él. Vivió la vida de un seductor, pero también la de un eclesiástico, músico, inventor, político, científico, geómetra, médico, químico (o alquímico), economista, ¿qué vida no vivió? Este hombre tanto se dedicaba a proporcionar atractivas muchachas a Luis XV (la célebre Mademoiselle O’Murphy cuyas nalgas de melocotón aún se pueden admirar gracias a Boucher) como le escribía un estudio a la Emperatriz de Rusia para adaptar el calendario ortodoxo al europeo (Nota 2). Y sin embargo, cuestión que a él le desagradaría profundamente, ha quedado para siempre decretado como aquel que sedujo a cientos de mujeres, el fenómeno sexual de Europa. Esta es su herencia trivial.
¿Sedujo Casanova a muchas mujeres? Para empezar, rara vez seduce, sino que más bien se deja seducir, es decir, acepta de buen grado las ocasiones que se le presentan. Eso sí, adivina muchas más ocasiones de las que un ciudadano vulgar es capaz de intuir… o aceptar. Nunca fuerza la situación, jamás violenta a ninguna de sus amantes e incluso tiene una reserva sensible que le impide, por ejemplo, aprovecharse de mujeres ebrias. No hay nada extraño o exagerado en la vida amorosa de Casanova como no sea algo que, en efecto, es infrecuente: que se convierte casi siempre en amigo y protector de sus antiguas amantes. Muchos casanovistas lo han subrayado: el veneciano es el anti-Don Juan, su contrario y enemigo. Allí donde el aristócrata sevillano, infectado por la teología, se muestra vengativo, psicópata, misógino y engañador, en ese mismo lugar luce el burgués veneciano cómplice de las mujeres, su secuaz y su salvador en más de una ocasión. De otra parte (permítaseme la humorada) tampoco fueron tantas. No más de las que muchos universitarios actuales conocen bíblicamente entre el bachillerato y la licenciatura (Nota 3).
Quizás el mayor misterio sea el de cómo pudo producirse semejante fenómeno: un libertino que, sin embargo, respetaba profundamente a las mujeres, en contraste, por ejemplo, con el perverso seductor Valmont de Les liaissons dangereuses (otro manual casi científico sobre las estrategias sexuales), por no hablar del marqués de Sade (Nota 4). Creo que en esa inclinación amable y loable de Casanova influyó grandemente que fuera nativo de Venecia, lugar en donde no se dio la represión religiosa que atenazó al resto de Europa durante siglos, donde la tolerancia sexual era manifiesta, y en donde (como le sucedió al propio Casanova) casi nadie era hijo de su padre. Absoluta y rotundamente veneciano, siempre en relación con venecianos que irá encontrando por todos los rincones del mundo (¡incluso en Barcelona… y le costará la prisión!), Casanova no dejó su patria hasta verse obligado a escapar.
Notas:
(2)- Como ejemplo de los trabajos científicos de Casanova (y en razón de que lo menciono), el lector curioso puede ver el titulado "Proposiciones de un diputado de la república de las letras, sometida al profundo juicio de la emperatriz de todas las rusias, Catalina II, con el objeto de hacer coincidir el calendario ruso con el europeo". Fue traducido y editado por La Gaceta del FCE en su nº 132 (diciembre de 1981).
(3)- En cambio, fue severamente castigado por éstas tan inocentes aficiones. El doctor Jean-Didier Vincent da la siguiente lista de enfermedades venéreas de Casanova entre los 17 y los 41 años: cuatro blenorragias, cinco chancros blandos, una sífilis y un herpes prepucial.
(4)- Hay que subrayar, además, que muchas de sus aventuras amorosas o sexuales son serias y no cosa de un día. Algunos de sus lances constituyen unas novelitas deliciosas dentro de la gran novela de su vida. La historia de la abadesa de Murano que compartió con el espléndido abate Bernis; la del travestido Bellino y esa escena digna de Hollywood que es el reencuentro con la mujer irrecuperable ya convertida en esposa y madre; la de Henriette a quien tanto respetaba y la única de quien quemó las cartas; la de Manon Balletti, y tantas otras, podrían editarse como breves narraciones libres y con fundamento propio.