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Un buen corazón puede llevar al crimen

Por 21 de octubre de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Sorprende el elevado número de parricidios que se está produciendo. Sólo la semana pasada creo haber contado tres. Es una figura clásica. Un hijo (nunca una hija) mata a sus padres con un hacha, machete o catana, y luego trata de suicidarse o queda estupefacto ante los cadáveres hasta que los vecinos dan la alarma. Al cabo de dos o tres telediarios alguien dice que el asesino tenía problemas mentales o que sufría de esquizofrenia. Uso las palabras de la tele.

    En un reciente artículo, mi neurólogo favorito, Oliver Sacks, habla de los antiguos asilos para lunáticos (así se llamaban), grandes palacios creados, los mejores, durante el barroco. Eran admirables fábricas que aún impresionan por su grandeza y dignidad, en donde se acogía a los enfermos mentales con cargo a la municipalidad, mediante previa y colosal donación de algún magnate. Los testimonios que han quedado hablan de lugares muy bien organizados y en donde los locos recuperaban parte de su dignidad y podían, por lo menos, evitar las agresiones del populacho.

    Estos grandes asilos se transformaron en centros administrativos a lo largo del XIX, se tecnificaron y perdieron la capacidad de cuidar a los enfermos de un modo piadoso. Se convirtieron en almacenes o prisiones para ciudadanos superfluos. Las condiciones de la reclusión comenzaron a ser atroces. En el siglo XX siguieron degenerando y con la generalización de la química psiquiátrica empezaron a vaciarse. Lo peor sin embargo llegó a partir de 1960 cuando notorios intelectuales de buen corazón pusieron los derechos del enfermo por encima de lo que estos pudieran preferir. Por ejemplo, se les prohibió trabajar en el asilo con la excusa de que era una explotación. Muchos enfermos enmudecieron para siempre al asumir su inutilidad. Los más radicales (los italianos), vaciaron los manicomios para que los enfermos se integraran en sus familias. Las calles se llenaron de vagabundos desesperados y la criminalidad creció espectacularmente.

    A veces el narcisismo de la bondad puede ser más peligroso que el terrorismo.

 

Artículo publicado el sábado 17 de octubre de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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