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Restos religiosos

Por 26 de febrero de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

El desconcierto que están causando los múltiples latrocinios, timos, estafas y desvalijamientos por obra de la parte más noble de nuestra sociedad ilustra sobre el respeto que aún se le tenía a eso que suele llamarse "la clase dirigente". Me recuerda a los sentimientos que despierta la palabra "artista" cuando se pronuncia en público. Basta con que alguien hable de los artistas o diga de sí mismo que es un artista para que se generalice una sensación confortable y cálida entre la audiencia. Una sonrisa aflora a sus labios y se acomodan en la butaca.

    El populus ama a los artistas y a otros representantes religiosos que le garantizan que la vida merece la pena, pues esa es la función popular del arte. Si no hubiera tal cosa como el arte, ¿qué sentido tendría nuestra vida, una vez desaparecida la religión? En ese mismo territorio se mueve la anguila política. El político tiene también el destino eclesiástico de asegurar la paz y la justicia. Desdichadamente (y en eso se parece cada día más al artista) su función apaciguadora, su función curativa y confesora, es cada día menos convincente.

    En los últimos meses ha habido una verdadera avalancha de latrocinios cometidos por políticos o por familiares de políticos o por gente que se supone que respeta la política como acción dirigida a moralizar y ordenar a la sociedad. Ética y razón son las dos piernas del político profesional, pero en estos meses se las ha amputado él mismo, se ha dado un inmenso hachazo. Nuestros políticos se agitan ahora como anguilas porque han perdido las piernas. Son troncos balbuceantes que abren y cierran la boca a la manera de los peces que se asfixian por falta de oxígeno en un charco de barro.

    Y sin embargo no había razón para creer en ellos, tenerles confianza o esperar una medicación contra el desasosiego y la ruina. Son empleados de una empresa gigantesca cuyos beneficios se obtienen mediante una ajustada sustracción de los bienes estatales. Los partidos políticos españoles viven de robar el dinero de sus votantes y eso ha sido siempre así. Podríamos dulcificarlo y decir que es lo que les pagamos en negro para que funcionen como partidos, aunque sea un simulacro. Ahora bien, si queremos partidos, en todo caso debemos sobreponernos y seguir adelante como si trabajaran para nosotros.

    Recuerdo una conversación con Duran Farrell, el difunto empresario que trajo el gas a España, en la que me decía escandalizado el dinero que le estaba exigiendo el partido político entonces en el poder. Esa fue la primera vez que oí la expresión "impuesto revolucionario" fuera del contexto de ETA. De esto hace más de veinte años y el gobierno era socialista. Oso decirlo porque venía conmigo otra persona (gran tipo, por otra parte) que lo puede confirmar. Siempre ha sido así, siempre han robado o siempre les hemos pagado en negro, si lo prefieren. A todos ellos. Desde el principio.

    El escándalo sólo se levanta cuando el personaje religioso aparece públicamente como alguien demasiado parecido a nosotros, un pobre pecador. El párroco que se beneficia a la sobrina, el obispo que ayuda a los pederastas, la monja que comercia con recién nacidos, el canónigo que vende la virgen antigua o se queda el dinero de los pobres, todos ellos son pecadores como nosotros. El creyente entonces ve vacilar su fe y a poco que se le caliente el espíritu acabará siendo un ateo furioso y tiempo más tarde, cuando las circunstancias lo favorezcan, quemará iglesias y fusilará al clero.

    El ateísmo, en política, es la desafección y puede conducir a un régimen totalitario con suma facilidad. Españoles e italianos hemos tenido los dos regímenes fascistas más tranquilos y populares de Europa. No somos muy distintos de los italianos, sólo bastante más ignorantes. Ellos se las arreglan mejor con sus ladrones y con sus asesinos, son más inteligentes, son más cultos. Recuerden que fueron los servicios secretos italianos, infiltrados en Ordine Nuovo, los responsables de la matanza de Bolonia en 1980. Y que algunos cuerpos de seguridad organizaban atentados para distraer a los medios de comunicación del contrabando de petróleo que habían montado ellos mismos. Cada vez que entraba en puerto un carguero patibulario, asesinaban a alguien de portada.

¡Aún nos queda mucho que aprender!

 

Artículo publicado en Jot Down.

 

***

 

La revista la Voz del Beatriz del IES Beatriz Galindo ha publicado una entrevista a Félix de Azúa realizada por Louis Malthet López-Ballesteros, aquí el link al texto.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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