Félix de Azúa
Durante el año 2004 se publicaron dos novelas sucesivas que tenían por protagonista a Henry James. La primera en ocupar las librerías fue la de Colm Toíbín titulada The Master. La segunda, Author, author, de David Lodge, se editó algo más tarde. Yo las leí según fueron apareciendo y tuve por superior, quizás por muy superior, a la de Toíbín. Luego constaté que así lo juzgaba también el club de críticos anglosajones a los que leo asiduamente.
Toíbín había elegido como asunto, es decir, como excusa para pintar su retrato, las oscuras relaciones de James con algunas mujeres, así como las casi translúcidas que mantuvo con ciertos hombres. El escritor irlandés no reclamaba la homosexualidad para James (habría sido demagógico reivindicar desde la ficción algo que no ha sido probado documentalmente), pero sí alegaba una cierta homofilia muy característica de la era victoriana, acompañada por una frialdad sexual no menos típica.
Lodge, en cambio, había visto a James en otro espejo: cuando el escritor trataba de obtener un éxito de público mediante el teatro. Sin embargo, su pieza Guy Domville fue un fracaso que le hundió en una severa depresión. Durante el tiempo de redacción de su drama, James tuvo como íntimo amigo y confidente a George Du Maurier cuya novela Trilby se convertiría en el mayor éxito de ventas del siglo. A James se le vino el mundo abajo. Una ficción mediocre aparecía a juicio del público y gracias a una crítica totalmente beocia como una obra maestra.
Para acabarlo de arreglar, el éxito teatral de aquella temporada lo obtuvo Oscar Wilde, un personaje que para James era la encarnación viva del mal gusto, la pereza, la ausencia de recursos artísticos y la trivialidad. Dada su alta estima del arte de escribir, Wilde debía de ser a los ojos de James lo que en la actualidad un guionista de series televisivas. James estaba descubriendo, sin saberlo, la democratización de la literatura.
Es muy bello ver dos figuras de James en sendas deformaciones especulares, una sexual y angustiosa (Toíbín es autor de novelas sexualmente angustiosas), otra inquieta por las relaciones entre éxito y calidad (Lodge escribe novelas sobre el éxito y el mundo universitario). Es como si a la actual The Queen de Frears le pudiéramos añadir otra The Queen firmada por Scorsese. Como era de suponer, Frears es partidario de la reina de Inglaterra y desprecia a la insoportable Lady Di. Seguro que Scorsese no lo vería del mismo modo y dedicaría más tiempo a la trama mafiosa de Buckingham.
Me parece indudable que si se exhiben dos retratos de una persona por la que sentimos respeto, amor o curiosidad, querremos verlos ambos. Nos interesan ambas deformaciones. Porque sin deformación no hay arte. Pues bien, Lodge ha publicado hace unos meses The year of Henry James con el exclusivo propósito de mostrar su disgusto por la duplicación. Cree que la aparición del James de Toíbín golpeó el mercado de tal manera que cuando asomó la portada del segundo James ya nadie leyó la solapa. De haber sabido que iba a editarse otra novela sobre el victoriano, confiesa, quizás habría abandonado la suya.
En esta confesión se encuentra la causa del éxito de la novela de Toíbín, y no en haber llegado antes a las librerías. Estoy persuadido de que Toíbín nunca la habría abandonado, aun sabiendo que alguien trabajaba sobre el mismo personaje. La convicción es la razón primera de un buen trabajo artístico y se nota de inmediato. Si puedes abandonar algo que estás escribiendo, no lo dudes, abandónalo. Si no lo haces, será él quien te abandone.