Félix de Azúa
Al principio pudo parecer que los españoles nos adaptábamos al sistema democrático recién estrenado como si lo hubiéramos inventado nosotros. Parecía, por ejemplo, que flotábamos por encima del cinismo italiano, el cual divide a la sociedad entre una partitocracia cleptómana y una sociedad civil que vive al margen del Estado. Parecía también que execrábamos la hipocresía francesa cuyas pomposas maneras y fina urbanidad a duras penas logra mitigar el hedor de las cloacas ministeriales rebosantes de crímenes, estafas y corrupciones. Parecía, sin duda, que rechazábamos el despiadado pragmatismo inglés que separa tajantemente a los poderosos de los débiles sin caer jamás en la beneficencia.
Pues era un espejismo. Somos peores que todos ellos. Los españoles hemos carecido de educación democrática desde que se inventó tan bonito sistema hace 300 años. En los últimos siglos solo hemos conocido dictaduras militares y religiosas, de modo que carecemos de formación y cultura civiles. En lo que a democracia toca, estamos más o menos entre Turquía y Serbia. Seguimos siendo la frontera africana de Europa.
Bien es verdad que el modelo idealizado de una República que estuvo adornada desde el primer día con feroces asesinatos cometidos a derecha e izquierda pudo hacer creer a algún ingenuo (o beocio) que enlazábamos con un periodo de exquisita democracia española. Por desgracia, el modelo de la República, en efecto, se está repitiendo en la actualidad, pero sin idealismo ninguno: tal y como era de verdad. He aquí de nuevo a los políticos narrados por Azaña, amostazados, resentidos, apopléticos y casi analfabetos, divididos otra vez en rojos y azules, catolicones y comecuras, fachas y bolcheviques.
Y así como en la muy idealizada República, al cabo de tanta majadería, ineficacia y crueldad acabó emergiendo como único vencedor el general Franco, así también el desprecio de los políticos españoles hacia sus electores, como entonces, está creando un único vencedor, el último vástago del franquismo y su heredero: ETA.
Artículo publicado en: El Periódico, 10 de marzo de 2007