
Félix de Azúa
Las noticias sobre el aumento del paro mencionan un recorte sobre la totalidad de los campos: agricultores, albañiles, peluqueras, arquitectos, anestesistas, todos sufren la rebaja laboral. Hay dos campos, sin embargo, que se libran, los funcionarios y los políticos. La administración y los políticos componen un gigantesco teatro llamado "El Estado" donde se representan obras dramáticas, las cuales requieren una enormidad de personal. Algunos están en la tramoya o a cargo del aparato técnico (iluministas, ingenieros de sonido, escenaristas), otros en la gestión cívica y comercial (abogados, gerentes), son los que sostienen el sombrajo y tanto si representan "El Franquismo" como "La Democracia" siguen en sus lugares. Porque lo curioso de la pieza, lo que cambia, son los actores. Ellos hacen creíble o increíble la obra y reciben el aplauso o el silbido del público, que es quien paga el montaje.
Todo reposa sobre la célebre "suspensión de la incredulidad". Amo asistir al teatro por la misma razón que amo leer novelas, porque durante un tiempo suspendo mi razón crítica y acepto que ese señor que gesticula en el escenario es Falstaff, aunque bien sé que es Orson Welles. Suspender la incredibilidad es un placer y permite vivir experiencias imposibles. No obstante, si Orson, por incompetencia, se olvida del texto o se dirige a un espectador para pedirle un cigarro, la suspensión de mi incredulidad se frustra y protesto furiosamente. ¿Cómo se atreve Orson Welles a sustituir a Hamlet? Y eso es lo que sucede cuando los actores de la democracia se compran, con nuestro dinero, un despacho o un automóvil grotescos, o hacen un viaje caprichoso, o regalan a hermanos y amantes un sueldo fijo, o se van de lenocinio. En ese momento desaparece el President del Parlament o la figura sagrada del nacionalismo gallego y aparece un tipo que finalmente sólo es un redactor de El Mundo Deportivo llamado Benach. La gente, con toda la razón, lo considera una estafa y le tira huevos. No es por la pasta, es por el espectáculo.
Artículo publicado en: El Periódico, 1 de noviembre de 2008.