Félix de Azúa
Sin embargo, para Leonardo, conocer era dibujar. No bastaba con la palabra; era imprescindible cazar las cosas con su representación, como si la línea fuera la red de pesca del entendimiento. Lo que llamamos arte era, aún, ciencia. Los dibujos sobre la vida del agua son de los más portentosos: torbellinos, tifones, cataratas, tempestades, remolinos y el diluvio, todo lo dibujó, con preferencia por los estados anímicos del agua más turbulentos y belicosos. También, claro está, las máquinas que se le podían oponer, los ingenios técnicos capaces de paliar su destrucción.
Un poeta y un filósofo, Barja y Lanceros, han reunido una buena antología de estos dibujos y escritos sobre el agua (Abada Ed.). No es un libro para leer, sino para mirar y pensar. Sin embargo, creo que hay un modo de leerlo muy apropiado y este es entrar en él como si fuera un presocrático o leyéramos poemas. "Cuando va corriendo turbia y mezclada con tierra, y el polvo y la niebla, entremezclados igualmente con aire, como entremezcla el fuego sus ardores con todo", dice, por ejemplo. Puro Empédocles o quizás Lucano.