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El escritor cubierto de harapos

Por 2 de noviembre de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

No se puede uno fiar de sus mejores amigos. Sobre todo si no han tenido más remedio que perderse en la literatura. Casi todos los escritores esconden un ciudadano atemorizado por los personajes que va condenando a vivir y morir sobre el papel. Hay tanta vida ficticia en el alma de los novelistas que no osan sacar de sí mismos el carácter que les llevaría a un glorioso final de novela.

Esta es, aproximadamente, la conclusión a la que llego tras leer las Tres vidas de santos que Eduardo Mendoza acaba de publicar con Seix Barral. El último de los tres santos, un delincuente apocado que acaba convirtiéndose en el novelista más valorado por la jerarquía literaria mundial, conoce esta convicción: el escritor es siempre un fraude. Y el fraude, añado yo, se debe a que no podrá jamás darse vida a sí mismo, dejarse vivir.

Los tres santos que presenta Mendoza con una prosa neutra, la de la hagiografía tradicional, son tres fraudes que representan el fraude mismo de toda existencia. Da igual que seas obispo, como el primer santo, enfermo terminal (el segundo), o el raterillo del último cuento. Los tres son uno y los tres comprueban la inutilidad del esfuerzo, el timo de la voluntad, la petulancia de las explicaciones que tratan de dar sentido a una vida. Todo es producto del caos, del albur, del acaso. Y sólo los más arrogantes se empecinan en construir trabajosos juicios que tratan de apagar las carcajadas del público que los escucha.

El obispo verá su destino con toda lucidez cuando se tope con una ballena embalsamada, el pobre Dubslav expondrá el vacío de toda vida humana durante la entrega del Premio Europeo de la Investigación Científica, y el más famoso escritor del mundo destruirá la única prueba de que es un ser humano tras encontrarse con un antiguo colega del trullo que acude a devolverle la cartera que le acaban de robar. Insignificancias, azares, contingencias que dejan nuestro destino en cueros.

Disimulado detrás de su disfraz harapiento, Mendoza ha escrito su libro más explícito, más nihilista y quizás el más bello.

Artículo publicado el sábado 31 de octubre de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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