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De profundis clamavi ad te

Por 16 de marzo de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Cuando esta semana me acerqué a la casa de mis vecinos para que su perro me sacara de paseo, lo encontré renqueante y menguado. Nadie había y nada pude averiguar. En los primeros minutos no alcanzaba a mover los cuartos traseros que arrastraba como si no formaran parte de su cuerpo. Poco después recuperaba fuerzas y hemos podido caminar hasta el almendral, unos cientos de metros. El bicho, un podenco canario bien dotado para el drama (en ocasiones imita a los reales cazadores y hace la parada con el hocico muy elevado sólo por darme gusto), es un tenorio al que no dejan salir solo porque si no se le distrae se lanza sobre las hembras del valle y me las preña de dos en dos. Son perras de alcurnia, nacidas en Edimburgo, y sus amos desfallecen cuando las pobres paren los rompecabezas que genera el podenco.

Hoy no pudo lanzarse a la génesis caótica, pero este alma de Dios es incapaz de quejarse. Parece partido por un rayo y a pesar de ello se arrastra la mar de alegre, ladra con simpar jovialidad y se le ve dispuesto a hacer diez kilómetros en busca de gazapos. A los pocos minutos estaba derrengado y pedía disculpas alzando las orejas como nosotros las cejas. Antes dije "alma de Dios" y no me arrepiento. Escribió Camus famosamente que el dolor de un niño es sobrada razón para olvidar a Dios. O no lo hay, o uno no puede tomar café con semejante entidad. Yo agregaría que el dolor del podenco nada añade al argumento de Camus, pero sí algo de irritación contra los publicitarios de la divinidad. Os lo digo en serio: que se la confiten.

Cuenta Bábchenko (Galaxia Gutenberg) que en Grozny, durante la lucha puerta a puerta, vio cómo los nacionalistas chechenos degollaban a unos cautivos rusos y lanzaban sus cabezas por las ventanas haciendo grandes burlas y risas. Cuando sus camaradas recuperaron el edificio constataron que con la sangre de los acuchillados aquellos creyentes habían escrito sobre el muro: "¡Alá es grande!".

Quienes aman a Dios, pueden pasar apuros. Se te quedan mirando con aire de decir: "Perdona, pero yo no tengo nada que ver con ESE".

Publicado el sábado 14 de marzo de 2009.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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