Félix de Azúa
El último sábado de octubre, con un cielo de nubes amenazadoras, me fui al mitin del Movimiento Ciudadano convocado por Albert Rivera. El teatro Goya, un edificio con empaque, está en una esquina de Madrid, cruzado el Manzanares y alejado de cualquier centro clásico. Amenazaba lluvia, pero a pesar de todo, no cabíamos. El teatro tiene capacidad para 800 personas y otras tantas se habían quedado fuera siguiendo el acto por las pantallas. Muchos más se volvieron sobre sus pasos.
El origen del Movimiento es el partido catalán de Ciutadans, apenas conocido fuera de la región, aplastado por los medios conocidos como "el Pesebre", y al que las encuestas colocan ya como tercera fuerza política de Cataluña en intención de voto. Ahora quieren ampliar su reforma radical al resto de España. Quieren abrir ventanas en el bunker de la partitocracia.
El Movimiento Ciudadano exige una renovación radical de los fundamentos establecidos y va a chocar con los abrumadores intereses de los grandes partidos y del aparato administrativo. Antes, a semejante desafío se le llamaba revolucionario. Constatada la juventud de los afiliados y sus votantes, podría serlo.
Esta es gente harta del inútil griterío de PP, nacionalistas y PSOE, gracias a cuyo barullo siguen dominando los resortes de la financiación y las listas clientelares. Los Ciudadanos quieren empezar de nuevo mediante un programa estrictamente práctico de cinco puntos básicos que, de llevarse a cabo, transformaría por completo la vida política en España. Enumero las propuestas de Rivera.
Una reforma de la Administración que elimine los hasta seis niveles burocráticos que ahora soporta el contribuyente. Una nueva ley electoral que no conceda privilegios a algunas regiones sobre otras o al mundo rural sobre el urbano: cada hombre un voto. Una ley de financiación de los partidos que acabe con las abyectas corrupciones actuales. La más estricta separación de poderes y la destrucción de los pasajes secretos entre el poder político y el judicial. Finalmente, una reforma pactada de la Educación que acabe con la miseria de los estudios en España y no dependa de los compromisos sindicales de cada partido y cada legislatura.
Es una reforma tan radical que parece imposible, pero el manifiesto que expone este proyecto ha pasado a la firma popular hace sólo unos días y lleva ya recogidas treinta mil adhesiones en una semana y sin publicidad. La ocultación del mismo por los medios de comunicación sectarios se da por descontada: el partido de Rivera confía sobre todo en la comunicación personal. Su seguridad es tanta que al final del discurso puso un colofón audaz. Dijo que si los grandes partidos aceptan su propuesta, disolverá el movimiento, pero si no, "nos veremos en la urnas". Es un anuncio de que el Movimiento de los Ciudadanos puede ampliarse como partido a toda España. Imagino que Rosa Díez ha de estar tentándose la ropa.
Ante semejante desafío, el escepticismo es grande entre la gente mayor, pero quizás dentro de cinco años el movimiento supere a los partidos tradicionales. En Cataluña lo han conseguido. Todas las prospecciones lo sitúan ya por delante del partido de los socialistas catalanes y sólo superado por los nacionalistas.
Lo más euforizante es que en realidad todo depende de nosotros. El eslogan de Rivera es un punto salsero: "¡Muévete!". El baile ha comenzado. Se puede elegir pareja.
Artículo publicado en Jot Down.