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Por 24 de enero de 2018 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

La encuesta hiela la sangre. Un 40% de los españoles jamás ha leído un libro. Aclaremos de buen principio que leer libros no es una necesidad cultural o una elegancia social, es una imprescindible práctica mental. Los que leen libros no son más inteligentes o más interesantes que quienes ni tocan sus cubiertas. Eso sí, la lectura de libros permite, por un lado, mejorar nuestra capacidad de explicación, el modo en que argumentamos nuestras creencias, y de otro lado nos enseña a usar los múltiples registros del lenguaje.

El lector habitual es alguien con mejores condiciones para pensar y explicar lo que piensa. De ahí que la miseria expresiva de los jóvenes se traduzca en la mudez de los escolares. Aquel que no tiene éxito para explicarse con el lenguaje suele ampararse en el uso de la fuerza bruta. La creciente presencia de matones en los colegios es debida, a mi modo de ver, a la opinión de que basta con mirar pantallas para ser más inteligente. En los colegios e institutos debería estar prohibido el uso de tales instrumentos. Ya sé que es imposible, pero por lo menos se podrían promocionar algunos institutos donde se apagaran las pantallas y permitieran a los jóvenes usar su cerebro.

Y apostando ya por la utopía, ¿no debería ponerse en práctica la enseñanza oral? En Francia, en Inglaterra y en Italia (no sé si en el resto de Europa) los exámenes son escritos y orales. Los alumnos pasan muchas horas del curso leyendo, escribiendo y defendiendo en voz alta sus trabajos. Ello ha permitido un uso muy superior del lenguaje a los europeos que a los españoles, rasgo evidente en los alumnos de Erasmus. Aquí un bachiller sale sin haber abierto la boca en público, excepto para el botellón. La Universidad, ya se sabe, es muda. Socialmente, no existe.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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