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Ahora que ya sé decir ‘pennícula’

Por 16 de julio de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Las palabras del delegado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona, Jordi Martí, sobre Woody Allen me saltaron al cuello desde las páginas del diario de la burguesía catalana: "Reiteró que el Ayuntamiento ha aportado una subvención de un millón de euros a la productora Mediapro-". Esto ya lo sabíamos porque los directores de cine barceloneses se sentían estafados: jamás se había pagado semejante cantidad, ni siquiera cuando aquel caballero filmaba tremendos petardos históricos sobre los sufrimientos de Catalunya que sólo veían Pujol y sus hijos el día del estreno.

Sin embargo, lo mejor de las declaraciones de Jordi Martí venía luego: "-en términos de inversión". O sea, que no es una subvención sino una inversión "que (se) recuperará en parte o totalmente en función de los beneficios que obtenga la película". Cielo santo. Mi alcalde concede préstamos con mis impuestos. Espero que el porcentaje sea usurario para compensar tanto ridículo.

¿Y por qué invertimos en una película de Woody? ¿Por qué no en una pintura de Frederic Amat o en un libro de Miquel de Palol? Ya que estamos buscando beneficios con eso que pomposamente llaman cultura, ¿no sería más adecuado invertir en talento local? ¿Hemos de ayudar a los norteamericanos a hacerse una cultura? ¿Tan triste es el panorama de inversores yanquis que no pueden ni siquiera financiar a Woody? ¿O será que ya nadie da un duro por él? Pues si perdemos la inversión, ¿quién nos compensa? Casi todos los funcionarios consultados aducen que los beneficios serán de tipo publicitario. La ciudad aparecerá en todas las pantallas donde se proyecte el film. Eso es cierto. Y como buena publicidad, la Barcelona que verán será una gigantesca mentira. Ayer rodaban en las Ramblas, lugar del que huyen los barceloneses y que está tomado por masas de ociosos en calzoncillos, rondados por trileros, carteristas, lateros y gitanas con niño dopado. En la película, sin embargo, Scarlett pasea en soledad por un lugar sosegado, limpio, silencioso, tan estúpidamente onírico como todas las mentiras municipales.

Artículo publicado en: El Periódico, 14 de julio de 2007

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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