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“Yo salvé la vida de un terrorista”

Por 17 de julio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Ahora, Edilbrando Vásquez es administrador de la embajada peruana en Quito, un trabajo apacible que consiste en garantizar la seguridad y las instalaciones. Al verlo en traje y corbata, parece que toda su vida ha estado sentado tras un escritorio. Pero en cuanto uno escucha su historia, descubre que esa corbata esconde una garganta que podría haber sido abierta por un cuchillo o atravesada por una bala. Y es que Edilbrando participó en el operativo Mudanza 1, uno de los atentados contra los derechos humanos más sanguinarios del gobierno de Alberto Fujimori.

-¿Qué hacía usted ahí?
-Yo era capitán de la policía. En ese momento, actuaba como segundo jefe de una unidad de la Dirección Nacional de Operativos Especiales, con Base en Puente Piedra.
-¿Cuáles fueron sus órdenes?
-Restablecer el principio de autoridad. Según nos dijeron, las fuerzas del orden habían tratado de trasladar a los presos terroristas del penal de Castro Castro, pero los reclusos se habían amotinado. Hacían falta refuerzos.

Un mes antes, Alberto Fujimori había disuelto el Congreso y anunciado la reorganización del poder judicial. Posteriormente, había ordenado ese traslado de presos sabiendo que podía actuar en libertad, que no quedaba nadie para criticar sus métodos. Según una de las versiones del ataque, los policías y militares se apostaron en la azotea del pabellón de mujeres y dispararon bombas lacrimógenas, vomitivas e incendiarias. Según la contraria, las reclusas se resistieron a lo que debía ser un traslado rutinario y pacífico.

-¿Qué encontró usted al llegar a la cárcel?
-Los terroristas tenían bombas caseras y un fusil G3 que le habían quitado a un policía. Tuvimos que sacar a un capitán herido. Había otros cuatro compañeros con lesiones. Los nuestros también disparaban. Reinaba la confusión.
-¿Y entonces?
-El general Hurtado quería acabar con el problema porque se acercaba el día de la madre. De modo que las acciones se intensificaron. En consecuencia, las terroristas se desplazaron al pabellón de los hombres. Y finalmente, se rindieron.
Seis años antes, un motín simultáneo en las cárceles del Frontón y Lurigancho se saldaron con la masacre de más de 250 reclusos. Esta vez, sabiendo lo que les esperaba, los amotinados decidieron salvar la vida.
-Los terroristas empezaron a salir con las manos en la nuca hacia una glorieta conocida como El Gallinero. Pero cuando llegaron, la policía comenzó a disparar desde los tejados. No sé si hubo una orden o fue un producto de los nervios y la crispación. El caso es que los mataron a casi todos. Mientras eso ocurría, yo encontré a Osmán Morote. Estaba herido y arrinconado.   
         
Morote formaba parte de la cúpula senderista, pero corrían rumores de que sus propios compañeros lo habían entregado por diferencias con la dirigencia. Fue el primer senderista de importancia que cayó. Y era, claro, una de las presas más deseadas. Según Vásquez, su encuentro con él fue como sigue:

-Lo tenía boca abajo y le dije: “quédate tranquilo que te voy a salvar la vida”. Él me respondió “¿así me va a salvar la vida?”. Yo me quité el pasamontañas y le mostré mi cara. Le dije: “confíe en mí”. Poco después, llegó un enmascarado con un fusil MP5. No tenía sentido. Los MP5 son de uso militar. Él tenía que ser un infiltrado. Me dio el fusil y me dijo: “toma, mátalo”. Yo me negué. Minutos después, me rodearon mis propios compañeros de la DINOES, para matarme. Pero nadie disparó. No íbamos a matarnos entre nosotros. Entregamos a Morote a la enfermería. Fue el único sobreviviente. Ese día murieron 42 de ellos.

Morote sólo tenía una bala en el glúteo. Desde entonces, muchos senderistas piensan que era un traidor, y que esa bala fue un intento por disimular que él le pasaba información al Servicio de Inteligencia. Otros creen que simplemente lo dejaron vivo para mantener cierta fachada de respeto por los derechos humanos. La supervivencia de Morote ha sido un misterio durante casi quince años. Edilbrando tiene su propia versión.

-No soy un santo, y no me habría importado matarlo. Pero recordaba la matanza de los penales en 1986. Después de eso, más de 200 compañeros fueron encerrados. Yo visité a muchos de ellos en prisión. Salvé a Morote simplemente porque no quería ir a la cárcel.

Días después, Vásquez fue designado para escoltar a Morote a su nuevo hogar, la cárcel de Yanamayo. Durante el trayecto pudieron conversar.

-Morote nos acusaba de asesinos. Yo le enrostré las brutales matanzas que había visto cometer a los senderistas en el Alto Huallaga, mientras estaba destacado ahí. Pero él simplemente no me creía. No es algo que me hayan contado. Yo vi con mis propios ojos los asesinatos, a veces con machetes, las masacres a la población. Sin embargo, él no me creía. En Sendero Luminoso había psicópatas, había gente enferma, pero también había gente como él, tan idealista que simplemente no veía la realidad.

Meses después, la unidad del capitán Edilbrando Vásquez fue desactivada y él pasó a retiro. Desde entonces se dedica a la seguridad privada.

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