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Un mundo de juguete

Por 18 de abril de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jean Claude Van Damme ha defendido en estos páramos al mundo libre, y Russel Crowe ha roto sus pesadas cadenas. Michael Douglas ha pilotado un avión y Gerard Depardieux ha ayudado a Cleopatra. ¿Adivina dónde estamos? Claro que sí: en Marruecos. Para ser precisos, esto es Ouarzazate, una pequeña ciudad al borde del desierto del Sahara con una sola calle principal y no más de 10000 habitantes. A seis kilómetros del centro de Ouarzazate se eleva una fortaleza de 30000 metros cuadrados guardada por estatuas de dioses egipcios y dragones chinos. Pero no se desconcierte, todo es de plástico. Son los famosos estudios cinematográficos Atlas.

La visita a los estudios cuesta 50 dirhams -unos 5 euros- y está a cargo de una gordita con una notable cara de aburrida y un sentido del humor bastante negro. El recorrido empieza en el avión que usó Michael Douglas para La Joya del nilo, y que aquí, abollado y mugriento en medio del paisaje desértico, parece un gigantesco montón de chatarra. La imagen produce un efecto extraño, porque detrás del armatoste se eleva una fachada tibetana en la que Martin Scorsese filmó Kundun. Así puestos los escenarios, el avión parece el jet supersónico del Dalai Lama después de estrellarse en el desierto.

De momento, sin embargo, la mayor parte del estudio está ocupada por los decorados de un pueblo egipcio que se acaban de usar en el rodaje de Los diez mandamientos. Avanzamos entre las calles, rodeamos la noria, nos maravillamos con el anfiteatro de influencia griega, pero la guía se apresura a arrebatarnos el ensueño. Súbitamente patea una pared y la agujerea. Es sólo gomaespuma.

-No deben creer todo lo que ven en las películas -comenta. Y para reforzar sus palabras, rompe otra pared con la mano, como si fuera de papel.

En efecto, los estudios Atlas son un universo de cartón piedra. Conforme avanza la visita, uno puede comparar la refinada arquitectura del Egipto de Los diez mandamientos con el caricaturesco templo de Asterix y Cleopatra, pero uno y otro no son excluyentes. De hecho, los escenarios son intercambiables, y la mayoría de ellos han sido usados en dos o tres películas cambiándoles apenas un par de jeroglíficos y algunas esculturas. Y si falla algún detalle, la tecnología ayuda. Por ejemplo, desde las suntuosas habitaciones de Ramsés se puede contemplar el castillo de las cruzadas de El reino de los cielos, pero durante el rodaje, cubrieron la vista con una pantalla azul que se veía como el río Nilo. Además, la lógica comercial impone amortizar: los escenarios no sólo se usan para películas sino también para documentales ficcionados, incluso algún comercial de limpiasuelos en que el ama de casa quiere tener su casa como un palacio, y entonces un genio sale de una lámpara y le enseña el producto… Todo en el mismo escenario que han pisado Halle Berry y Timothy Dalton.

También los interiores sorprenden por lo pequeños que son. El establo de los luchadores de Gladiador no es más grande que un patio casero. La sala de reuniones de Ramsés tiene el tamaño de una habitación de hotel. La gordita nos explica:

-Las nuevas técnicas ópticas permiten agrandar visualmente los espacios. Y los techos ornamentados se diseñan por computadora y se sobreponen a la imagen en el montaje final. Los artesanos auténticos son demasiado caros.

Y sonríe, la muy canalla, feliz de destrozar nuestras ilusiones una por una.

Cerca de aquí están las kasbas de Ait Ben Haddou, que recuerdo haber visto en Gladiador y en El cielo protector de Bertolucci. Es verdad que son imponentes de por sí, pero filmadas de cerca y desde abajo producen la atemorizante impresión de estar ante los vestigios de una tribu guerrera y hermética. Y por esas cosas del lenguaje visual, si nos ponen una imagen de las ruinas e inmediatamente después una habitación oscura, creemos que la habitación está dentro de ellas. La magia del cine hace que un patio de plastilina gris nos parezca un calabozo cavernario.

Por eso, la posición de los estudios Atlas ofrece recursos para cualquier peli de africanos agresivos, pero también para historias como Lawrence de Arabia, filmada en el desierto cercano. Sus escenarios naturales pueden convencernos de estar en Palestina o en Irak, en Alejandría o en Roma, en Libia o en Irán. No es que el paisaje marroquí se parezca a esos lugares, en realidad, sino que no tenemos idea de cómo son esos lugares. Los estudios Atlas producen un mundo árabe de consumo rápido, lo suficientemente cerca de Occidente como para no correr riesgos y abaratar costos en fabricación de decorados y en figurantes con aspecto étnico, total, nadie sabe en realidad cuál es la diferencia entre un bere bere y un árabe.

Por eso, aunque todos los turistas nos tomamos  fotos a lo largo de media historia universal, cierto ánimo sombrío flota en el ambiente. Al final, las palabras de despedida de nuestra guía suenan como un epitafio de nuestros sueños:

-Todo lo que ven en el cine es mentira- dice-. La realidad es mucho más miserable.

Cuánta verdad, gordita.

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