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Que alguien mate a Francis Veber

Por 15 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Los griegos definían la tragedia como una obra sobre personajes elevados, superiores a nosotros, que acaban su historia peor que al comienzo, precipitando su propia destrucción. La comedia, por el contrario, nos muestra personajes inferiores a nosotros que acaban su historia un poco mejor de como la empezaron.
Tal definición nos deja a nosotros, los espectadores, como una tira de canallas. Disfrutamos con la caída en desgracia de los seres más valiosos, y sólo perdonamos el éxito si le toca a sabandijas despreciables, cuya suerte nos produce risa o burla pero nunca admiración. Y sin embargo, los personajes funcionan cuando nos identificamos con ellos. En todos los géneros nos gustan los caracteres que nos dicen algo de nosotros mismos.
Si alguien ha comprendido esa definición y ha hecho una carrera de ella es el guionista y director francés Francis Veber, cuyo texto Le contrat está en cartel en Barcelona con el nombre de Matar al presidente. Veber escribió la historia en los años sesenta, inspirado por el hallazgo de un complot contra el general De Gaulle. Pero no debemos pensar que se trata de una ficción política o una reflexión sobre el poder. La gran cuestión existencial que plantea es: ¿qué pasaría si el magnicida tuviese la mala suerte de cruzarse con un perfecto imbécil que da al traste con sus planes?
Gag tras gag, el imbécil, que por error ha reservado la misma habitación de hotel que el francotirador, se muestra inconmovible en su imbecilidad, incapaz de comprender ninguna evidencia de su propia inadaptación al universo. Su oligofrenia llega a tal grado que le permite superar exitosa e inconscientemente la infidelidad de su mujer, los ataques del amante, las amenazas de muerte y sus propias tentativas de suicidio. En fin, que si hubiese sido mínimamente inteligente, no habría sobrevivido al minuto veinte de la obra.
La idiotez es la clave de toda la obra narrativa de Francis Veber, integrada por más de medio centenar de películas y obras de teatro, la mayoría de ellas protagonizadas por el mismo idiota, François Pignon, un personaje que como Hércules Poirot o Batman, puede cambiar de rostro y de actor pero siempre mantiene sus rasgos esenciales y su capacidad de provocar catástrofes. En La cena de los idiotas, Pignon es convocado a un concurso de tarados, pero sus dotes son de tal magnitud que arrastra la desgracia sobre su anfitrión. En Salir del armario, es tan gris y torpe que está a punto de ser despedido, pero echa a correr el rumor de su homosexualidad y salva el trabajo debido a que todos los demás empleados de la fábrica son igualmente brutos.
La estupidez de Pignon es una especie de foco que ilumina la estupidez de todos los demás, aunque normalmente no nos preguntamos si nosotros, ahí sentados, riéndonos de todas esas tonterías con babeantes carcajadas, realmente somos más inteligentes que esos patéticos personajes, si Veber no se ha especializado en dejarnos sacar nuestro lado tonto con la coartada infalible de estar viendo una comedia. Tras ver Matar al presidente, uno se pregunta si los treinta años de éxito de Veber se deben a que los productores de cine y teatro creen que todos somos idiotas, o a que tienen razón.

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