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Negros y blancos

Por 20 de junio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Cuando Crash ganó el Oscar a la mejor película, lo único recordable de su triunfo fue la imagen de una Sandra Bullock rubia chillando de felicidad en las gradas del auditorio. Y luego, el silencio. Con premio y todo, ni los periódicos ni el público hablaron de esa película como hablaban de Brokeback mountain o Buenas noches y buena suerte, sus competidoras. Este año, las nominadas fueron todas producciones de gran calidad, sabor independiente –incluso la de Spielberg- e inédito interés por los temas sociales y políticos. De modo que la ganadora debía ser realmente excepcional. Pero aún después de la ceremonia, nadie parecía demasiado convencido. Las opiniones sobre la película oscilaban entre la indiferencia y el desinterés. Así que no fui a verla.

Sin embargo, ayer vi en el periódico que Crash sigue en cartelera tres meses después, lo cual representa un silencioso pero notable éxito. Y me decidí a comprobar por qué.

De arranque, el planteamiento es interesante. Se trata de una historia coral cuyos relatos giran en torno a la violencia racial en los EEUU. Algo así como Magnolia o Happiness en clave social. Como Traffic. Los personajes son todos víctimas y verdugos de los demás, y a pesar de que tienen buenas intenciones, terminan por hacerles daño casi sin querer, frecuentemente debido a la suma de estrepitosos malentendidos implicados en la relación entre negros y blancos.

Así funciona el policía que encarna Matt Dillon, que no consigue salvar a su padre enfermo de la burocracia de la seguridad social. Sus enfrentamientos con el estado le roban los ideales y lo llevan a desfogar sus frustraciones amparándose en su pequeño poder en las calles. Y también está el fiscal representado por Brendan Frasier, que en la primera escena es víctima de un asalto y en la segunda, trata de usar ese episodio para conseguir votos. O el cerrajero con la cabeza rapada y el tatuaje carcelario que resulta el mejor padre que una niña puede tener. Lección número uno del manual del guionista: personajes ricos, ambiguos, humanos. Aprobada.

La lección número dos del guión: una acción que atrape al espectador, también queda aprobada con sobresaliente. Durante toda la primera parte, la historia es trepidante, y cada escena nos deja sin respiración. Queremos saber qué ocurrirá con la historia a su regreso, pero también quedamos fascinados con la nueva historia que se desarrolla mientras tanto, y con los momentos en que las tramas se cruzan siempre sorprendentemente.

Cerca de la media hora final, casi todos los personajes tienen buenas razones para matarse entre ellos, y para colmo, van a hacerlo debido a una serie de tonterías y malentendidos. A estas alturas, uno está convencido de que Crash es el mejor filme social que ha visto en su vida. Y entonces, todo se viene abajo.

Conforme llega la hora de cerrar las historias, el funcionamiento del guión se vuelve mecánico. Los malos se tienen que volver buenos aunque sus actos sean inverosímiles. Y los buenos se tienen que redimir de sus malas acciones aunque para ello haga falta la magia (¡Sí, la magia!). Los personajes dejan de actuar según su lógica interna y comienzan a hacerlo por exigencia del libreto. Y, sobre todo, el libreto les exige un final feliz.

Y entonces, un acto sobrenatural salva una vida; el ladrón de coches no deja de odiar a los blancos pero se da cuenta de que los camboyanos viven peor que él; el brutal policía emprende una gesta heroica que, además, requiere una considerable dosis de casualidad; el esposo cobarde decide enfrentarse a la policía y justo entonces encuentra un policía idealista y comprensivo. Considerando que nos han vendido la historia como social y realista, es extraño que todos empiecen a actuar como en una película de Disney.

El director Paul Haggis era guionista del Crucero del amor (en España, Vacaciones en el mar) y ha dedicado la mayor parte de su carrera a la televisión. Claramente, las herramientas que maneja le permiten satisfacer al público familiar y por tanto a sus productores. Pero también consigue lo imposible: estropear una historia violenta y dura con un mensaje edulcorado: “en el fondo todos somos buenos, y la magia nos salvará”. Quizá esa facilidad de digestión sea la razón por la que recibió el Oscar, pero también es la razón de la indiferencia de los comentarios, porque al salir del cine, no te queda nada que discutir, nada que no hayas visto en los dibujos animados.

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