Jean-François Fogel
Lo que más me emociona con Sándor Márai es el retrato suyo tan malo que hay en todos sus libros. Siempre se utiliza una fotografía en blanco y negro. He hojeado sus libros en las librerías de muchos países, en idiomas que desconozco por completo, y siempre sale el mismo retrato, patético, de un hombre acorralado. Márai lleva una boina y un abrigo poco cómodo. Está sentado en un barco de paseos baratos en un lago o en el río de una ciudad. Supongo que es un barco por el agua que se ve detrás del escritor húngaro. Y lo del barco de paseo, que no es probado, lo creo por la mala calidad del asiento y la falta de espacio, dos datos que apuntan hacia una vuelta rápida para turistas.
Su corbata, sus gafas son de un hombre que mantiene su dignidad. ¿Sabía que era uno de los grandes autores europeos del siglo XX? ¿O se veía como un exiliado perdido entre Italia y EE. UU.? Nació en 1900. Se suicidó en San Diego, en 1989. Es decir en el rincón del mundo occidental más lejano de su querida Hungría, y poco tiempo antes de la caída del muro de Berlín. Tragedia total de un artista destrozado por la historia y que se va en el momento en que cambia la historia.
Hablo de Márai en un blog para hispanohablantes pues lo descubrí a través de su fenomenal éxito en España. Mentira: lo descubrí a través de un cubano, un cubano que vive todavía en Cuba. En un mail que circuló por milagro entre la isla y Europa pregunté a este amigo lo que hacía en ese momento (el año era 2000 ó 2001) y me contestó que lo único que tiene sentido en Cuba es leer El último encuentro de Sándor Márai.
¿Cómo se consigue en Cuba la novela de un autor que prohibió de manera absoluta la publicación de sus libros en su país desde el momento de la entrada de las tropas soviéticas (1956)? Al escuchar esto, me acordé de la novela, de su portada, presencia permanente en las mesas de las librerías españolas. Bastaron unas páginas para entender que Márai es un novelista digno de Schnitzler, (Joseph) Roth y quizás Musil. Un hombre de la Mittle Europa, el corazón del continente. Desde entonces, he leído todo, siendo fiel a lo que es para mí el idioma del autor: el húngaro traducido al español.
Tierra, tierra (Salamandra, en España) es un libro de memorias. Cuenta lo que ocurrió a Europa con la creación de lo que Churchill llamó “el telón de hierro”, aquella división entre oeste y este, entre el mundo occidental capitalista y un mundo que por ser socialista no era distinto. El método utilizado es el de un doble retrato: primero el de la decadencia de la clase media húngara en un país regido por el comunismo; y segundo, el de la irresponsabilidad de las clases intelectuales y políticas en los países todavía libres. El vínculo del uno al otro es Márai, escritor europeo que va y viene por Europa y ve los movimientos de unos insectos llamados seres humanos con un ojo de entomólogo. Su descripción del naufragio de una civilización es insuperable. La descripción de la cena de un policía en el café Emke de Budapest a fines de 1945 (segunda parte, capitulo 14) es la de un genio. Hace su trabajo sabiendo que lo que describe (prepotencia, estupidez, renuncia a los valores de una vieja cultura) significa para este policía la muerte automática de su oficio sometido, como todo lo que hay en Hungría.
La visita a París del mismo Márai es también una delicia. Me sentí francés, estúpidamente orgulloso al leer la frase “la literatura francesa significa para mí lo mismo que el opio para el adicto: es la ebriedad sobria de la razón”. Pero al capítulo siguiente (3 de la tercera parte) la despedida de Montparnasse me cayó encima como un aguacero frío. La mera evocación de Tzara, Pascin, Pound, TS Eliot antes de la guerra habla de la decadencia de una vida intelectual, la ceguera, la sumisión a las ideologías. Como lo escribe Márai “hay días en los que todo encaja a la perfección: la historia personal y la historia universal”.
La salida definitiva del autor de Hungría, su destierro, es la historia de la catástrofe de un continente. Márai sale en un tren que cruza la frontera de noche. Sus memorias se acaban en ese momento preciso. “En este momento, escribe, -por primera vez en mi vida- sentí miedo de verdad. Comprendí que era libre. Empecé a sentir miedo”.
Un último dato: parece que Márai todavía no ha entrado en el ciberespacio. No hay (inglés, francés, español) un sitio bueno sobre su vida y su obra. ¿Me equivoco?