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Las chicas al poder

Por 10 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

La escena de una mujer recibiendo el mando en un país latinoamericano va dejando de ser imposible y volviéndose casi habitual. La nueva presidenta chilena, Michelle Bachelet, es ya la cuarta de una región donde, hasta hace tres décadas, el poder vestía con botas, kepis y un mal gusto exclusivamente masculino.
La primera presidenta latinoamericana, la argentina María Estela Martínez de Perón, alcanzó el poder a la muerte de su esposo. Claramente incapaz de gobernar, Isabelita fue un títere del ministro de Bienestar Social, José López Rega, un ultraderechista conocido por el simpático apodo de El Brujo. Con ese tutor, las obras de Isabelita fueron: una escandalosa inflación, la suspensión de exportaciones de carne, el descontrol de la deuda externa, la crisis de seguridad interior y el surgimiento del brutal grupo paramilitar Triple A. La transmisión de mando fue violenta y dejó en la presidencia al temible Jorge Rafael Videla, que por cierto, fue nombrado jefe del Ejército por ella misma.
Isabelita, con todo y ser mujer, o precisamente por ello, fue un personaje manipulado por hombres autoritarios como López Rega y el propio Perón. Más independencia tuvieron las centroamericanas Violeta Chamorro de Nicaragua y Mireya Moscoso de Panamá, que alcanzaron el poder mediante elecciones. La primera de ellas, directora del diario La Prensa, gobernó del 90 al 97, pero ya había participado activamente en la oposición contra Somoza –que asesinó a su esposo- y luego contra los sandinistas. La segunda había sido la joven esposa del tres veces presidente Arnulfo Arias, y su turbulento mandato se extendió de 1999 a 2004.
Las tres presidentas latinoamericanas eran políticas por viudez, es decir, comenzaron sus carreras apoyando a sus esposos y saltaron a la palestra tras la muerte, y a menudo, en memoria de ellos. Ésa es la primera diferencia con La Bachelet.
La presidenta de Chile también tiene un pasado bañado en sangre: su padre fue asesinado por la represión pinochetista y ella misma sufrió prisión, tortura y exilio. Y sin embargo, ha gestionado su memoria de otro modo. Se negó a utilizar su pasado en la campaña, y ha dirigido a sus ex torturadores en el ministerio de defensa. Bachelet no es un símbolo de revancha, sino de reconciliación. O como dice el New York Times hablando de Bachelet y su homónima liberiana Ellen Johnson Sirleaf: “han adoptado lo que ambas definen como virtudes femeninas, y las han ofrecido como lo que precisamente necesitan los países que salen del sufrimiento de la tiranía y el conflicto”.
Otra diferencia es que llega en un momento en que la mujer latinoamericana se ha convertido en un símbolo de eficiencia. Especialmente entre las familias sin recursos, la madre es la que se ocupa de que las cosas funcionen mientras el hombre se dedica a no hacer nada porque es hombre. No son sólo ellas las que han construido esforzadamente su liderazgo, sino también ellos los que han demolido su antigua autoridad. El cambio de actitud ante el género en la política queda resumido procaz pero expresivamente en un grafitti de un barrio pobre de Lima: “que gobiernen las putas. Sus hijos ya fracasaron.”
¿Cambiaría sensiblemente la región con un equipo de mujeres en las presidencias? Bueno, lo peor que puede pasar es que todo siga igual, que Latinoamérica sea un continente con faldas pero no a lo loco. La propia Bachelet, fiel a la moderación de su estilo, ha enfatizado que no es cuestión de revanchismos de género. Cuando un periodista le preguntó cómo iba a gobernar sin un amor a su lado, respondió:
-Espero que les haga la misma pregunta a mis ministros solteros.

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