Jean-François Fogel
No puedo huir más del tema: Ustedes se preguntan ¿Qué pasa en París con el caso de las caricaturas que insultan al Islam? No pasa nada. Nada de nada. Es decir que los periodistas intentan sin éxito vender una salsa con libertad de expresión, guerra de religión y preocupación de poder político. De verdad, no paso nada. Un semanal, “Charlie Hebdo” dice que consiguió vender cuatro ciento mil ejemplares en un solo día al reproducir las imágenes del diario danés que provocaron la rabia de musulmanes en Oriento próximo. Mala polémica para los árboles si se vende más papel, pero las mínimas manifestaciones que se registraron no consiguen inventar una polémica.
La verdad es que Francia se apasionó mucho, pero muchísimo más, con la audiencia de un juez llamado Burgaud. Habló el miércoles durante siete horas frente a una comisión parlamentaria. Era el juez encargado de controlar la encuesta sobre un caso de abusos sexuales a niños en el norte de Francia. Sin entrar en detalles repugnantes o jurídicos, después de dos procesos se decidió que la mayoría de los acusados eran inocentes. Muchos de ellos pasaron dos años en la cárcel, se quitaron sus hijos a varios padres, uno de los acusados se suicidó. Entonces, el parlamento, que tiene meramente el poder de informarse en este caso, dedicó horas y horas de entrevistas a las víctimas, al juez que hizo el informe inicial, al fiscal, para entender cómo pueden ocurrir cosas semejantes. Esto es lo que apasionó a los franceses. Y claro que fue otra oportunidad para hablar de cómo funciona la República.
La República no funciona, su costo sobrecarga a los franceses de impuestos, su funcionamiento corresponde a una monarquía: el Rey es el Estado y los altos funcionarios (expresión muy francesa: les “hauts fonctionnaires”) componen su corte. Francia tiene la cuarta parte de su población activa en el sector público, en el reto de Europa es modestamente el 16%, pero no hay manera de plantear el problema de manera racional: ¿Por qué no funciona la República?
Acabo de encontrar una repuesta en la traducción al francés del libro de un historiador británico: La leyenda de Napoleón de Sudhir Hazareesingh (editorial Taillandier). Sería buena lectura en América Latina donde la visión estropeada de la Revolución Francesa hizo tanto daño. Hazareesingh demuestra cómo un emperador que tenía un poder absoluto consiguió ser la representación de los principios y de las conquistas de la Revolución Francesa. Tesis del historiador: la Revolución Francesa quería eliminar la figura del poder personal, pero puso en su lugar la figura de la persona que encarna a la República. Para esta persona, hablar mucho de igualdad permite cometer crímenes en contra de la libertad. No se puede leer este libro sin pensar en los pequeños napoleones que tenemos, allá y aquí, que buscan construir su pobre leyenda.