-¿A qué viene a Puerto Rico?
El guardia es grande y, sobre su insignia de la policía de los Estados Unidos, lleva una cara de muy pocos amigos. Sin embargo, la respuesta a esa pregunta es fácil. Para evitar complicaciones, siempre digo lo mismo:
-Turismo.
-¿Conoce a alguien aquí?
-No.
-¿Y cuánto tiempo se queda? –me dice él.
-Tres días.
-¿Sólo tres días para hacer turismo?
-Bueno, sí.
-Su pasaporte dice que ha estado tres días en Costa Rica ¿Usted hace turismo así?
-Ehh…
-¿A qué se dedica usted?
-Soy periodista.
Dado el comienzo que hemos tenido, eso me parece más creíble que decir “escritor”. Pero él no parece convencido.
-Abra su maleta, por favor.
Lo primero que encuentra en mi equipaje es una agenda de trabajo que incluye además Nicaragua, Panamá y Colombia. Me mira acusador, sosteniendo la evidencia de mi mentira. Decido explicarme.
-Es que estoy de gira, presentando un libro…
-O sea, usted viene a trabajar.
-Sí, bueno… también.
-¿Tiene visa de trabajo?
-No es ese tipo de trabajo… Es decir… no me pagan.
-¿Y usted trabaja gratis?
-Sí. Es decir… no.
Nunca había notado que mi vida era tan sospechosa. Él llama por radio a una mujer. Ella tampoco sonríe. Sólo me pide mi pasaporte y se lo lleva a chequear en un mostrador vecino. Él continúa:
-¿Qué tipo de libro viene a presentar?
-Una novela.
-¿No era usted periodista?
-Bueno, también…
-Tiene dos trabajos y hace los dos gratis.
-No…
Continúa revisando mi equipaje y yo recuerdo que llevo una lata de espuma de afeitar que conseguí salvar de los revisores en Panamá. Deduzco que la he metido ilegalmente en territorio norteamericano. Temo que me deporten por tráfico ilegal de espuma de afeitar. Pero él muestra más interés por los libros que llevo encima. Saca uno de Borges y me dice:
-¿Éste es su libro?
-No.
Ahora saca uno de Julian Barnes:
-¿Y éste es su libro?
-Tampoco.
-Usted viene a presentar un libro pero no tiene el libro. Raro ¿No?
Su radio suena. Una gota de sudor baja por mi mejilla.
-Es que tienen los ejemplares todos aquí –le explico.
-O sea que los envió antes para que no se los encontrasen.
-No, bueno… no sé quién los trajo. Le preguntaré a mi editora…
-Pensé que no conocía a nadie aquí…
-No la conozco…
Estoy a punto de llorar y pedir perdón. Quiero extender las manos, que me esposen y me metan preso. Sé que lo merezco. Pero de repente, la señora del pasaporte regresa y me lo devuelve. Le dice algo al guardia, que cierra mi maleta y me la entrega, y me dice:
-Bienvenido a Puerto Rico. Páselo bien.
Luego se va, pero ahora yo estoy alerta: sé que me han colocado un rastreador en el pasaporte, y que están esperando que me vaya al hotel y me afeite para que los Swat rompan la puerta y me arresten con las manos en la masa. Quizá deba arrojar la espuma por el water antes de que entren. O quizá deba huir. En todo caso, no me atraparán vivo.