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El torturador danés

Por 13 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Después de la guerra de las caricaturas detonada por el periódico danés que reprodujo imágenes burlonas de Mahoma, un director de ese mismo país dirige una película irreverente sobre los conflictos entre negros y blancos: lo único que faltaba para convertir al apacible país nórdico en la nueva meca de la intolerancia racial y cultural.
Para colmo, ese director es el inescrupuloso Lars von Trier. Quien haya visto su documental Las cinco condiciones puede dar fe de su inhumana crueldad. Quien recuerde Dancer in the Dark o Rompiendo las olas ya se habrá acostumbrado a su misógina tendencia a someter a sus mujeres protagónicas a las más implacables torturas físicas y psicológicas. Y en su última película, Manderlay, se añade a la lista un grupo de esclavos negros que se niega a ser libre, clasificados numéricamente según sus defectos de carácter, sazonados con un par de escenas de flagelación y condimentados con varios clichés sobre su rendimiento sexual. ¿Se le puede pedir algo más a alguien antes de colgarle el brazalete con la esvástica?
Manderlay continúa con la historia de Grace, la heroína interpretada por Nicole Kidman en Dogville. Esta vez, Grace pasa de víctima a verdugo, aunque en ambas películas se pone de manifiesto precisamente la ambigüedad entre ambas categorías, el modo en que el amo es también esclavo de sus esclavos, lo que las carga de una gran ambigüedad moral. Y es que esta película, aunque forme parte de una trilogía sobre Estados Unidos, no habla de los dilemas políticos de Alabama, sino de la libertad y sus contradicciones. O, por decirlo así, de la serie de esclavitudes que escogemos libremente.
De hecho, los dilemas que plantea son más interesantes en la actualidad que en el sur de la Guerra de Secesión: ¿Qué ocurre si un grupo social escoge libremente continuar sojuzgado? ¿O si decide mayoritaria y libremente votar por un autoritario como Hugo Chávez? ¿O si, democrática y limpiamente, elige que lo gobierne Hamás? ¿Tenemos derecho a imponerle su libertad, como hizo EEUU en Irak? ¿Es moralmente lícito convertirse en amo de alguien en nombre de su capacidad de decidir? ¿No es toda institución social un sistema de restricciones aceptado por sus miembros?
Es raro que un cine tan formalmente recargado tenga una carga política tan fuerte. Manderlay, igual que Dogville, está grabada íntegramente en un interior teatral artificioso. Y sus diálogos y su oscuridad pueden resultar por momentos asfixiantes. Y sin embargo, quizá aún más que en su anterior película, Von Trier da en el clavo del conflicto moral de nuestro tiempo, un conflicto incrustado en la identidad del país más poderoso del mundo, pero también en la delgada línea roja entre nuestros valores más profundos y nuestras más perversas pretensiones.

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