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El opio del pueblo

Por 16 de marzo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Como imagen de adoración, Buda es más simpático que Cristo. Suele presentarse sonriendo, no le corre sangre por el cuerpo y, como si fuera poco, aparece siempre en posición relajada. Por lo general, se le ve sentado meditando. En ocasiones abre las manos como diciendo “chicos, no se peleen, todo está bien”. Otras veces, sencillamente, está recostado, con la cabeza apoyada en una mano.

Toda esa buena onda y una importante dosis de pacifismo han convertido al budismo en una de las religiones más atractivas para los occidentales que buscan una vida espiritual fuera del cristianismo y sus connotaciones represivas. De hecho, puedes practicar el budismo aún siendo ateo, porque es una religión sin Dios. Buda no es un profeta ni una encarnación divina, sino un hombre santo que enseñó a la gente cómo vivir en armonía con la naturaleza y hacer el bien. Sus enseñanzas procuran que las personas se despojen de sus deseos mundanos y alcancen la iluminación, el estado de pureza absoluta de la mente.

Toda religión incluye, por supuesto, un código de conducta. Como la mayoría de ellas, el budismo enseña a contener los excesos: algunas de sus normas básicas son no intoxicarse con alcohol ni drogas, evitar la promiscuidad sexual, no robar ni mentir, esas cosas. Pero a diferencia del cristianismo, la amenaza contra el mal comportamiento no es la condenación eterna entre las llamas del infierno. Los budistas creen que el alma, como la materia, no se crea ni se destruye: sólo se transforma mediante la reencarnación. Puedes avanzar y retroceder casilleros en la escala de la pureza durante la eternidad.

Según ese principio, llamado karma, si has hecho daño a lo largo de tu vida, el mundo te devolverá ese daño reencarnándote en una especie inferior, por ejemplo, un cerdo. En cambio, si has hecho el bien, podrás reencarnarte en un ángel. De los 31 diferentes grados de la reencarnación, el ser humano está justo al medio: es superior a los animales porque tiene conciencia de sí mismo. Pero a diferencia de los ángeles, que son pura conciencia, el humano tiene materia y puede actuar sobre el mundo voluntariamente. Otra especie muy bien considerada es el elefante, un gigante pacífico herbívoro y considerablemente más inteligente que el resto del reino animal, que sólo hace cosas buenas a lo largo de su vida.

El karma garantiza que tus buenas acciones reciban una retribución y las malas un castigo, incluso en reencarnaciones posteriores. Nada de lo que te ocurra es producto del azar. Pero tampoco hay un juez en el cielo que evalúe tus logros y errores. El karma es considerado una ley natural, igual que la gravedad o la inercia. Si tienes una enfermedad grave, eso se debe a alguna mala acción, aunque no seas capaz de recordar cuál. Si tu hijo muere en un accidente, el origen de esa tragedia está en alguna conducta reprobable de tus vidas pasadas. Por supuesto, puedes limpiar tu karma mediante buenas acciones que equilibren tu energía negativa. Pero lo hecho, hecho está, queda grabado en tu karma.

En eso, el budismo se parece también a las demás religiones: postula que las desgracias, incluso los problemas sociales, son tu propia responsabilidad. Según ese principio, si naces pobre, no se debe a que haya un orden social injusto, sino a alguna maldad que hiciste en una vida anterior. Redistribuir la riqueza implicaría romper el mandamiento de respetar la propiedad ajena, de modo que lo único que puedes hacer es aguantarte y portarte bien. Si limpias tu karma, ya te irá mejor en otra vida. Si tienes dudas o tentaciones, puede ir y rezarle a Buda, que te recibirá en su templo, recubierto de oro, pacíficamente recostado y con una sonrisa en la boca.

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