Basilio Baltasar
Fíjate: el paisaje contemporáneo atravesado por una multitud en permanente trasiego. Nadie está en su sitio. Todos van de un lado a otro. ¿Qué buscarán?
La inquietud de las prisas se siente con gran intensidad a medida que el tiempo se agota. Todo está por hacer. Nada se ha cumplimentado todavía. Siempre queda pendiente algo cuya importancia nos abruma. En el funesto caso de no lograrse será motivo de arrepentimiento.
El hombre contemporáneo es un ser en tránsito. Entre la nostalgia del lugar que abandona y la ansiedad por el lugar que le espera. Entre el asunto que deja a medio acabar y la urgencia que pretende resolver. Lo domina una curiosa soberbia: se cree más de lo que es. Constantemente engañado por sí mismo, el sujeto cree estar haciendo algo.
Esta ilusión del poder personal es una ridícula presunción pues en realidad nada hace que valga la pena. Basta echar un vistazo al más reciente pasado –¡y no digamos al lejano!- para comprobar cuánta futilidad ha pasado por sus manos. Los días, en primer lugar. Los manosea y sin embargo dice: estoy moldeando el tiempo con mi mente.
El relato autobiográfico del hombre contemporáneo ha sido escrito con penosas fantasías. Invenciones graciosas, quiero decir. Es el complaciente relato de un hombre feo embellecido por el amor propio. ¿Qué otra cosa le queda?
Dice que persigue tal cosa o tal otra. Cuando en realidad nada sabe de sí mismo. Simplemente, se deja arrastrar por una fuerza que no comprende. A merced de esta inclemencia, el hombre ha dejado de saber. La verdad es que ya no sabe, por ejemplo, estarse quieto, ver pasar la vida y sentarse a esperar lo que el azar quiera poner a sus pies.
Hace falta mucha hombría para soportarlo.