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El negro literario de Alan García

Por 8 de mayo de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Además de un excelente escritor, Óscar Collazos es un hombre con un admirable par de cojones, una de esas personas que parecen no comprender los límites de lo posible y que avanzan hacia las catástrofes con la ciega determinación de los ingenuos. Y luego, para colmo, lo hacen bien. Decidió ser escritor viniendo de una familia pobre y de una infancia sin libros. Y ahora es una voz literaria imprescindible de su generación. En 1989 se atrevió, tras veinte años de exilio europeo, a regresar a una Colombia criminalizada en la que prácticamente gobernaba Pablo Escobar. Y se niega a irse. Sus artículos de prensa le han valido amenazas de muerte. Y no deja de escribirlos ni de estar vivo, y para colmo, de tener sentido del humor. Pero eso lo sabe todo el mundo. A mí lo que me interesa de su pasado es el lado oscuro: Óscar Collazos era el negro literario de Alan García.

-En esa época –me dice-, Alan acababa de huir de Perú, perseguido por Fujimori, y se vino a Bogotá. Yo creo que sobre todo residía en París, pero tenía un apartamentito por acá. Y era muy amigo del ex presidente Belisario Betancur. Así que, cuando escribió sus memorias, le preguntó a él quién podía ayudarlo con el estilo. Y Betancur le dio mi nombre.

Collazos me mira con unos ojos pequeños y fijos que oscilan entre el escepticismo y la ironía. Es el tipo de persona que puede contar un chiste desternillante y quedarse serio, como si estuviese probándote, a ver si lo escuchas.

-Recuerdo el libro de Alan–le contesto-: El mundo de Maquiavelo. Pero no eran unas memorias, era como una novela más bien.
-Sí, pero contaba su historia. La mejor parte era su huida por los techos de Lima, descalzo y desesperado. Eso estaba bien narrado.

Esa fue la parte que yo leí. La revista Caretas publicó un extracto en que narraba la fuga nocturna y el abandono de sus amigos. Algo así como Scarlet O’Hara, justo antes de jurar que nunca más pasaría hambre. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue una cuestión de estilo. Se lo digo a Óscar:

-La prosa tenía juegos del lenguaje, y saltos de tiempo y perspectiva… ¿Por qué no simplemente contó sus recuerdos?
-Con un libro de memorias, cada dato puede ser contrastado y puede meterte en problemas. En cambio, con la ficción se puede jugar más.
-O sea, para poder mentir.
-Yo creo que era un poco mitómano, la verdad.
-¿Le descubriste mentiras?
-No, me refiero a que creía firmemente en una ficción épica sobre su propio personaje. Se veía a sí mismo como una especie de enviado para salvar al Perú. Literariamente, lo más difícil del trabajo fue depurar los excesos retóricos en los que ensalzaba las cualidades del protagonista.

El héroe de la novela se llamaba Alan García, pero la historia estaba contada en tercera persona, aunque a veces pasaba al monólogo interior. Era el tipo de recurso literario que caracterizaba a Vargas Llosa. En versión Alan, claro.

-¿Y te hiciste muy amigo de Alan?
-No, no intimamos. De hecho, sólo nos vimos tres veces. Yo le pedí que me diese el manuscrito y no me llamase en un mes, hasta que tuviese el trabajo terminado. Luego se lo di, y lo aprobó. Fue una relación correcta y de trabajo.
-¿Qué es lo que más recuerdas de él personalmente?
-Decía que era pobre. Me regateaba la tarifa cada vez que nos veíamos, quería pagarme menos. Pero creo que al libro luego le fue bien. Lo publicó Planeta y se tradujo a varios idiomas. Mejor, para ayudarlo en su pobreza.
-¿Sabes que ahora podría ser presidente?
-Claro, si lo eligiesen, me habría gustado pasar por allá a saludarlo. Pero supongo que, si publicas esto, me van a negar la visa al Perú. 

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