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El Hollywood de la literatura

Por 2 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Esta mañana bajé a desayunar y me encontré con Mario Vargas Llosa. Me dio una impresión, porque no es algo que me pase todos los días. Pero tuve que recuperarme porque Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, me ofreció sentarme en su mesa. Y acepté.
Luego, mientras subía a mi cuarto a lavarme los dientes, topé en el ascensor con Carlos Monsiváis. Iba con una periodista que yo conocía y ella nos presentó. Monsiváis dijo:
-¿Roncagliolo? ¿Es usted algo de Rafael?
-Soy su hijo.
-Ándele, pues salúdeme a su papá.
Monsiváis conocía a mi papá.
Ándele.
Llegué a mi piso cegado por la luz de tanta estrella literaria, y al salir del ascensor me di un cabezazo contra un enano en blue jeans. Estaba a punto de insultarlo cuando reparé en que hablaba inglés y decidí callarme. Él también se limitó a mirarme feo. Las puertas del ascensor ya se estaban cerrando cuando me di cuenta de que era Martin Amis.
La feria internacional del libro es el Hollywood de la literatura. Puedes tomar un café con Alfredo Bryce, que te dice que Baricco le ha regalado una botella de tequila. Puedes subir a alcoholizarte a la habitación de Xavier Velasco, donde hay un par de representantes del crack mexicano. La gente trata a los escritores como a estrellas de rock. Las chicas se toman fotos con ellos. Los lectores les piden autógrafos por los pasillos. Los periodistas los persiguen. Los editores, como en un libresco Wall Street, corren por los lobbies de los hoteles pegados a sus teléfonos celulares, cerrando agendas. Lees las secciones culturales de los periódicos y todas hablan de lo que pasa a tu alrededor. Acostumbrado a que la cultura sea una brisa imperceptible, de repente estás en el ojo del huracán.
Después de lavarme los dientes, volví a bajar. En la puerta del hotel había un imitador de Bono, el cantante de U2. Me pareció una atracción turística de pésimo gusto, hasta que descubrí que no era un imitador. Era Bono.
Llevaba un sombrero texano, camisa y jean negros, sandalias. Era más bajito de lo que yo pensaba. Recibía el torbellino de gente a su alrededor con abnegada paciencia. Atendía a cada uno de sus fans, se tomaba fotos con ellos, les hacía dibujos al firmarles autógrafos. Me quedé ahí parado, mirándolo. Una chica me pidió que les tomase una foto con su teléfono y lo abrazó. Luego Bono subió a una camioneta y se fue.
Debo decir que el pelo de Bono que asomaba bajo el sombrero era de un color indefinible, violáceo, a menudo negro, definitivamente teñido.
Mirar las estrellas demasiado cerca es peligroso para los ojos.

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