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El extraordinario Mister Moore

Por 6 de abril de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Mi compañero de blog Marcelo Figueras se me ha adelantado escribiendo sobre V de Vendetta, pero de paso, me ha sacado de una duda: yo quería saber qué tal era la película La liga de los hombres extraordinarios.

Dicen que Sean Connery explicó con las siguientes palabras su participación en la película: “no había aceptado un papel en Matrix porque no entendí el guión. Y fue un éxito. Me ofrecieron otra participación en El señor de los anillos pero tampoco entendí el texto. Otro taquillazo. Cuando me ofrecieron esta película y tampoco la entendí, pensé que era hora de aceptar”.

La liga de los hombres extraordinarios no fue ningún gran éxito, entre otras cosas, supongo, porque Sean Connery dijo semejante barbaridad. Y porque una historia que reúne al Hombre Invisible, el Dr. Jeckyll y el Capitán Nemo parece tan tirada de los pelos que no resulta muy atractiva ni para los que conocen a esos personajes ni para los que no. Yo, por supuesto, me negué a verla. Sin embargo, hace unos días fui a comprar historietas y me ocurrió lo de siempre: que terminé comprando una de Alan Moore. Y la única que había y yo aún no tenía era La liga de los hombres extraordinarios, así que no tuve más remedio que comprarla con la seguridad de estar cometiendo un error.

Pero no fue un error. Conforme pasaba las páginas y descubría las suntuosas ilustraciones de Kevin O’Neill me iba internando en un mundo que reúne a los aventureros y detectives más famosos de la literatura del siglo XIX: el Auguste Dupin de Allan Poe en la mismísima Rue Morgue, el Sherlock Colmes de Conan Doyle –y su archienemigo Moriarty-, la Mina de Drácula con un pañuelo al cuello para que no se le note la mordida del vampiro. Y todos con la personalidad –incluso con los defectos- de sus libros originales, ambientados en un oscuro Londres victoriano de cloacas, prostitutas y cadáveres de gato flotando en el río.

Me resultó inevitable pensar en la Liga de los Superhéroes que yo veía por la tele cuando era niño y que reunía a Supermán, Batman, Acuamán o la Mujer Maravilla. El concepto de la historieta es el mismo, pero han cambiado los tiempos. Los superhéroes del siglo XX tienen múltiples poderes que utilizan para el bien. Los del XIX no son héroes sino víctimas de un avance tecnológico que no pueden controlar. Y su moral no es tan transparente: el Hombre Invisible, para empezar, no tiene ninguna. Y otros, como Mister Hyde, encarnan precisamente los males reprimidos por la rígida moral victoriana. Hasta el fiel súbdito Mr. Quatermain es adicto al láudano.

El siglo XIX, con su revolución industrial y sus luchas coloniales, fue el comienzo de un orden social en el que el dinero desplazó a la nobleza, las migraciones cambiaron el rostro de Europa y las máquinas amenazaron con reemplazar al hombre. En esa sociedad de transición que compartieron Wilde y Maupassant, Chejov y Tolstoi, Víctor Hugo y Flaubert, se inventaron también los géneros del policial y la ciencia ficción, y la narrativa fantástica superó los límites de las tradiciones populares. Después de destronar a Dios, el Hombre estrenaba su silla, y confiaba en su mente para dominar el universo.   
   
El siglo XX es cuando todo eso se estrelló: las vanguardias discutieron incluso lo esencial de la narrativa: contar una historia quedó desfasado. Las utopías decapitaron el estado y luego lo devolvieron. La tecnología llevó al hombre más allá de la atmósfera sólo para descubrir que ahí no había gran cosa. Todos esos esfuerzos del hombre por superar sus propias posibilidades aún eran ilusiones en el siglo XIX, cuyo retrato traza Moore en esta historieta: un universo en que los aventureros tenían cosas por descubrir, los detectives resolvían los crímenes sólo con su capacidad de deducción y los químicos aún no dedicaban su vida a producir yogurts light.

Quedé fascinado con la capacidad de Moore para capturar el espíritu de todo un siglo en una historieta. Pero ahora, gracias a Marcelo, sé que hice bien en no ir a ver la película.

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