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El cowboy y sus fantasmas

Por 11 de julio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

A primera vista, Jimmy Massey parece un sonriente e inofensivo turista americano paseando por la playa asturiana. Sus gafas le dan un aspecto tímidamente intelectual. De hecho, cuesta pensar que es un asesino, o según su propia definición, “un psicópata entrenado, un depredador”. Para más señas, los marines lo llamaban “Jimmy el tiburón”. Y es que el delgado Jimmy fue entrenado para matar. En masa.

-Los marines ofrecen a sus reclutas algunas cosas intangibles –dice-, como seguridad, disciplina, valor, y otras cosas más tangibles, como formación, ascensos, un trabajo. Además, mi abuelo peleó en la Segunda Guerra Mundial, y en mi familia hay muchos cazadores. De modo que yo crecí rodeado de armas. Pero supongo que, si me enrolé en el Cuerpo, fue porque era joven, estúpido y estaba realmente jodido.

Mientras habla, Jimmy abre tabletas de pastillas y se las mete en la boca. En su mochila lleva un frasco entero. Necesita químicos para despertarse pero también para dormir, usa antidepresivos, tranquilizantes y, la parte natural de su botiquín, mucha marihuana. Son las secuelas. Dice que todos los que regresaron de Irak están así. Y eso no es lo más grave.

-Cuando te han entrenado para matar, pierdes el sentido del amor. Entre el rigor del entrenamiento y el machismo generalizado, te haces duro y desaparece tu capacidad de tener detalles. También te vuelves sexualmente egoísta. Sólo te satisfaces y te vas.

La carrera militar, el duro ambiente de trabajo, la mala paga y la brutalidad de sus amigos le costaron a Jimmy su primer matrimonio. La presión en el trabajo lo obligó a tomar medicamentos que perjudicaban su rendimiento sexual. Pero además, su trabajo era precisamente reclutar a chicos, convencerlos de lo bueno y maravilloso de ser un marine.   

-Era un actor. Iba a las escuelas e institutos con todas mis medallas en el pecho. Incluso me había puesto unas placas metálicas en los zapatos que sonaban a cada paso. Y tenía a un pitbull llamado Tank Balls. Todo para impresionar. A los chicos les impacta el poder. Al menos a los más infelices.

En efecto, la mayoría de los candidatos a marines tenían problemas con la ley, líos de drogas, familias desestructuradas e incapacidad para valerse por sí mismos en la sociedad civil. No podían pagarse una educación, y con frecuencia presentaban cuadros de comportamiento conflictivo. Parte del trabajo de Jimmy era disimular todas las taras y enseñar a los reclutas a disimularlas para pasar los exámenes y cumplir las cuotas de reclutamiento.

Esos son los chicos que lo acompañaron en Irak: costales de testosterona sin formación y plagados de desórdenes de adaptación, a quienes se enseñaba que eran los más hombres de América y que su valor consistía precisamente en eso. Luego los armaban hasta los dientes y los enviaban a la guerra.

En su libro, Cowboy del infierno, Jimmy describe detalladamente cómo él y sus compañeros disparaban a manifestaciones de civiles desarmados, bombardeaban camiones antes de preguntar qué llevaban dentro y ejecutaban incluso mujeres y niños. También describe la medicación diaria que la mayor parte de sus compañeros necesitan y la atmósfera de presión sexual dispuesta a desfogarse con cualquier cosa que se mueva, de preferencia, mujer. El libro no se pudo publicar en los Estados Unidos. 

-Algunas editoriales consideraron editarlo, pero cito nombres y lugares reales, y eso podía producir problemas legales. Luego comenzó la campaña de desprestigio. Los oficiales dicen que soy un traidor y que mis denuncias sólo pretenden ocultar y justificar mi cobardía en el campo de batalla. Sin embargo, también recibo llamadas de apoyo de marines. Todos los días. Incluso de algunos que yo recluté. Me dicen que tengo razón, pero que no lo repetirán en público por miedo a las represalias.

Massey trabaja ahora en la asociación Veterans for Peace, tratando de difundir su historia, crear una cultura de la paz y reducir el presupuesto militar de los Estados Unidos. Sigue yendo a escuelas pero ya no lleva un uniforme militar. Con frecuencia sufre flashbacks y depresiones. Aunque reside en Carolina del Norte, rodeado de bosques y paz, una parte de él sigue en Irak, un desierto que ya nunca abandonará.

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