Skip to main content
Blogs de autor

El arte de perder

Por 12 de junio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Soy un peruano nacionalista y patriota. Y como tal, parte de la cultura que reivindico rabiosamente es perder en el fútbol.

En efecto, ganar es vulgar. La estadística obliga incluso a los peores equipos a vencer en algún partido: así, Bolivia derrotó a Brasil hace un par de eliminatorias, Colombia goleó a Argentina en la mismísima Buenos Aires en un vergonzoso partido que aún nadie comprende, y hasta Túnez le ganó un partido a México, su única victoria en un mundial. Ganar siempre es una posibilidad. Lo difícil, el verdadero reto, es perder constantemente y sin distraerse, mostrar una convicción indestructible, inconmovible y fanática por la derrota. Eso es mi Perú.

Indiscutiblemente, a veces cometemos un desliz y empatamos o incluso ganamos a equipos como Trinidad y Tobago o Panamá. Pero hay que ver las líneas generales: lo importante es que tenemos una tendencia hacia el fracaso clara e insobornable. Porque hace muy pocos años, solíamos decir lo mismo de Ecuador y Bolivia. En ellos se cimentaba nuestro mezquino y ordinario orgullo de ganar partidos. Y sin embargo, desde que yo tengo memoria, esos equipos han asistido a más mundiales que nosotros. Ecuador y Bolivia, pobres, no saben lo que quieren. Ilusionados por las batallitas ganadas, pierden la oportunidad de convertirse, como Perú, en un baluarte, un símbolo, un ícono de la catástrofe deportiva. Pero allá ellos. La historia los juzgará. 
 
Yo, por mi parte, como buen peruano, disfruto las distintas etapas de cada torneo futbolístico. Me encanta ese primer momento en que, para animar al televidente, la televisión transmite los triunfos históricos del Perú. Ah, nada como el blanco y negro para disfrutar de la blanquirroja. Me estremezco de placer cuando escucho a mis amigos frente al televisor con sus cervezas y sus escarapelas diciendo “¡esta vez sí la hacemos!”. Henchido de gozo, trémulo de deseo, veo venir el siguiente paso, ese momento de la segunda o tercera jornada del torneo, cuando empiezan a mascullar “hemos tenido un traspié”.

Pero la frase que realmente espero, como una liturgia, como un mantra, es la siguiente: “aún es matemáticamente posible”, ese melodioso preludio al momento final del ritual, que se clausura siempre con las mismas palabras: “es el momento de trabajar con las divisiones inferiores”. Cuando llega esa sentencia con su cadenciosa sonoridad, uno sabe que todo ha terminado, y que mi país ha sido fiel una vez más a sus más arraigadas tradiciones.

Para un peruano hecho y derecho como yo, vivir en España se hace muy difícil. Al menor descuido, te haces hincha de un equipo ganador como el Real Madrid o el Barcelona, olvidando tus orígenes y traicionando lo que te define en última instancia. Por suerte, yo he encontrado un lugar en el Atlético de Madrid, un equipo hecho a mi medida, virilmente orgulloso de su tradición de perdedor.

No quiero decir con eso que no hayan tratado de quebrar mis convicciones. Como Cristo en el desierto, he sufrido tentaciones, algunas de ellas difíciles de resistir. Coincidiendo con el mundial del 2002, tuve una pareja brasileña. Veía los partidos con una camiseta verdeamarela y, lo peor de todo, ganaba constante, imparablemente. Cada día era una nueva celebración, cada triunfo un abandono de mi ser. Me sentí mal. Algo dentro de mí sabía que ése no era yo. Mi relación de pareja no sobrevivió mucho tiempo a ese mundial devastador.

Por eso, en este mundial, mis favoritos son Angola, Arabia Saudí, Costa Rica, Togo y Túnez. No sólo porque son los equipos con que me identifico plenamente, sino sobre todo, porque con ellos estoy seguro de que me ahorraré el aburrimiento de seguir el mundial entero, viendo a esos equipos sin sentido estético ganando y ganando todo el tiempo, ofreciendo el lamentable espectáculo de lo predecible. 

Close Menu