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El ajedrez invisible

Por 3 de febrero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Una tarde de 1980, cerca de la localidad guipuzcoana de Azkoitia, el concejal de UCD Ramón Baglietto fue emboscado por un comando de ETA. Los etarras sospechaban que Baglietto los estaba denunciando a las autoridades, y aunque no lo hiciese, era un enemigo político. Así que dispararon sobre su vehículo en marcha, hasta que se salió de la carretera y se empotró contra un árbol. De inmediato, dos hombres armados se acercaron a pie y abrieron la puerta del coche. Para entonces, Baglietto había perdido el conocimiento. Nunca lo volvería a recuperar.
Pero Azkoitia es un lugar pequeño. Tan pequeño que el conflicto político era casi un conflicto familiar. Según la viuda de Baglietto, años antes de su muerte, el concejal había salvado la vida de un bebé mientras su madre y su hermano eran atropellados por un camión. El bebé que le debía la vida era Kándido Aspiazu, que con el tiempo se convertiría en uno de sus asesinos.
La promiscuidad del destino ni siquiera acaba ahí. Tras el atentado que le costó la vida a Baglietto, un funcionario municipal bloqueó una moción de censura contra los asesinos. El funcionario también se apellidaba Baglietto: era primo del muerto. Y finalmente, tras cumplir una condena de diez años, Aspiazu se reinsertó en la vida del pueblo y puso una cristalería. Pero su negocio está ubicado justo en el piso en que vivía su víctima, y la viuda Pilar Elías se cruza con el asesino de su esposo todas las mañanas, al salir de casa. Azkoitia es un lugar demasiado pequeño.
El caso de Azkoitia, que anoche fue objeto de un documental televisivo, ilustra el grado de enfrentamiento social que viven algunos sectores del país vasco. Tanto Aspiazu como la viuda de Baglietto consideran que la presencia del otro es una constante provocación. Como suele ocurrir, todas las personas, incluso las que matan –o quizá especialmente ellas-, creen que son buenas.
En estos días, algo raro pasa en España: el intransigente fiscal jefe de la Audiencia Nacional ha sido destituido tras declarar contra una reunión del ilegalizado partido nacionalista Batasuna. ETA ha puesto su cuarta bomba en una semana. El lehendakari vasco Juan José Ibarretxe presiona para que el gobierno y la banda armada lleguen a un acuerdo. Todo huele a movidas de piezas en un tablero de ajedrez que no vemos. Y sin embargo, la partida tendrá que llegar al final.
La dureza de Kándido Aspiazu muestra que las medidas policiales no cambian la actitud de la gente. Ahora bien, la experiencia de los acuerdos de Irlanda enseña que los partidos conservadores golpean para que luego los de izquierda negocien. Si es así, la próxima oportunidad para una paz negociada podría tomar décadas. Ese es un lapso demasiado largo y -España es un lugar demasiado pequeño- para acumular tanto odio.

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