Jean-François Fogel
Primero, una advertencia: cuidado con los sushis. El pescado tiene que ser muy fresco. Escribo esto desde mi cama con el peso de una experiencia personal, reciente y definitiva: pescado fresco para los sushis. El pescado que “no ha tocat el gel” (que no tocó el hielo), como dicen los catalanes, puede ser de dos tipos: tan fresco que la etapa de la congelación no fue necesaria antes del consumo o más bien que se intentó prescindir de la etapa de la congelación aunque era necesaria. Acabo de probar la segunda técnica. No funciona.
Aunque, hay una segunda cuestión sobre los sushis: no hay bien que por mal no venga. Al acostarme hice el gesto improbable, irracional, irrepetible: tomar mi copia de El Jorobadito de Roberto Arlt. Un libro impreso el 17 de junio de 1958 por la Editorial Losada S.A. de Buenos Aires. Es tan mala su calidad que el papel ya está hecho polvo. La portada es peor que un sushi malo: su color se parece al charco de un sorbete de naranja después de dos horas de exposición solar en el trópico. La impresión tipográfica es mala, la encuadernación agotada. Este libro es un horror. Lo adoro. Y de pronto, me pongo a releer uno de los cuentos, Escritor fracasado. Es la narración de un ser noble que cuenta cómo pasa, poco a poco, de ser un escritor con futuro a un artista lleno de dudas, a miembro de un grupo vanguardista experto en insultos, a un escritor perdido, a un crítico literario y, por fin, a un fracaso. Escritura en primera persona del singular. Tono de la confesión.
“El genio, la belleza, el arte, constituyen para mí un disfraz destinado a encubrir las reducidas dimensiones de mi inteligencia, que a su vez se apoya sobre la estructura de una vanidad inconmensurable”. ¿Cómo Arlt consiguió adivinar el fondo de la personalidad de tantos que se dedican a las letras en Francia? Aquella pregunta fue mi primera reacción deslumbrada antes de entender algo obvio, comprobado enseguida al salir de la cama para buscar las Illusions perdues (no hay que traducir al castellano) de Honoré de Balzac. El monólogo del escritor fracasado de Arlt es la voz de Lucien Chardon que decide llamarse Lucien de Rubempré cuando va desde su provincia a París y, al intentar conseguir la fama como escritor, se desmonetiza en una posición de periodista.
De A(rlt) a B(alzac), es verdad que los sushis no me parecían tan malos. Rubempré dice al final de la novela, desde su fracaso, que por lo menos le queda el tiempo suficiente para matarse. Es decir: puede actuar todavía, lo que es un mensaje de esperanza. El escritor fracaso es un artista que tiene otra obra por venir. Como el consumidor de sushi: tarde o temprano dejará su cama para sentarse a la mesa.