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Dos muertos para esta Navidad

Por 23 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Tres chicos, uno de ellos menor de edad y los otros dos casi, incendiaron esta semana a una mendiga en un cajero automático en el barrio de Sant Gervasi. Sus declaraciones a la policía aparecen en la prensa de hoy. Admiten que encontraron una garrafa de disolvente en un andamio y fueron al cajero a fastidiar a la mujer. Les pareció una idea divertida. Dedicaron un rato a burlarse de ella y luego, para asustarla, le arrojaron el disolvente. Y un cigarro.
Según uno de los chicos, no le arrojaron el disolvente encima sino a un costado, hasta que formó un charquito. Pero “cayó la garrafa y explotó, y del susto nos fuimos corriendo… No avisamos a ningún servicio de emergencia por miedo, a ver si nos iban a decir algo a nosotros.”
De hecho, su crimen fue tan estúpido que ni siquiera se les ocurrió en ningún momento que en los cajeros automáticos hay cámaras.
Ayer, en el metro de Osaka, Japón, cuatro pasajeros mataron a otro a golpes. La víctima había estado metiéndole mano a una chica, que se quejó en voz alta. Y la gente del vagón se indignó con el acosador. En la siguiente estación, el hombre se bajó para evitar conflictos, pero lo siguieron y apalearon hasta la muerte.
Estos hechos no ocurrieron en medio de una guerra africana ni en los miserables suburbios de la India. Los asesinos no eran delincuentes ni fanáticos. De hecho, ocurrieron en dos de los países más desarrollados y civilizados del mundo, en ciudades, y no precisamente entre marginales: uno de los chicos es hijo de un profesor universitario, y el acosador japonés era un hombre de negocios.
Los dos muertos de esta semana, asesinados en dos extremos del mundo, nos muestran lo cerca que los seres humanos estamos de la brutalidad. Mientras caminamos por la calle orgullosamente, con nuestro traje y nuestro maletín, mientras pensamos en los regalos navideños para el niño, quizá estemos al borde –a sólo un cigarrillo, a una metida de mano- de la barbarie.
Lamento que esta sea mi columna de hoy. Creo que nunca me gustó la Navidad.

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