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Donde todo es posible

Por 13 de junio de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El camarero nos trae unas bolitas blandas salteadas con cebolla y guacamole. Son escamoles: huevos de hormiga roja. Están ricos, pero no puedo evitar la sensación de que me corren bebés insecto por la boca. En cambio, el inglés que está sentado frente a mí come con avidez. Tiene unos setenta años y fue corresponsal por todo el mundo. Asegura haber comido serpientes, monos y perros. Pero prefiere los escamoles.

-Me fui de México a fines de los años sesenta –me dice-. Por entonces, había sido la matanza de Tlatelolco, y el gobierno estaba bien abusado con los estudiantes rebeldes. Aunque después de la matanza, habían quedado muy pocos con ganas de fastidiar.

Me cae bien este tipo. Su español es una mezcla de gringo con mexicano, y su mirada está llena de pasado y aventuras. Es una mirada que ha dado un largo paseo por la humanidad. Y por la inhumanidad también. Ahora, nos traen gusanos de maguey fritos en un plato, que mi compañero de mesa casi vacía de un manotazo. Según me explican, hay gusanos blancos (meocuil) y colorados (chilocuil). Los mejores son los primeros. Pero esta tasca está oscura, y no distingo el color de los gusanos. Me parecen más bien marrones.

-Hubo un dirigente estudiantil que tuvo una historia muy curiosa –continúa diciendo-: era muy revoltoso, muy contestatario. El gobierno le ofreció una beca para estudiar lo que quiera en la universidad que él escoja, en cualquier país. Pero el chico se negó y siguió molestando, organizando manifestaciones, dirigiendo protestas… Después de un tiempo, el gobierno le ofreció nombrarlo agregado cultural en la embajada mexicana que él escoja, donde quiera. Pero él rechazó la oferta y siguió molestando. Un día, salió de una fiesta y le dieron una paliza que casi lo mata. Se pasó dos semanas en el hospital recuperándose. Al salir, siguió chingando la madre. Un día sí y otro también azuzaba a sus compañeros. Era muy exaltado. Al final, una mañana, cuando se iba a la universidad, el coche explotó. Ahí quedó.

Ahora han llegado a la mesa los chapulines: saltamontes fritos. Son como pop corn, crocantes, salteaditos en aceite. Sólo que a veces se te queda algo atracado entre los dientes, y cuando lo sacas, es una patita de insecto. Consigo sobreponerme, pero trato al menos de no mirar a los ojos a los bichos que me estoy comiendo. El inglés se los zampa como si fueran papas fritas, y sigue hablando:

-Yo me hice amigo del ministro del Interior, fíjate. Pero nunca le hablé de estas cosas. Sólo cuando ya iba a irme, fuimos a tomar unas sangritas. Y entonces le narré la historia del estudiante tal y como me la habían contado a mí, enterita. Y, ya en confianza, le pregunté: “¿Cómo es posible, güey? ¿Cómo puede ocurrir algo así en este país? ¿Cómo el estado puede primero tratar de sobornarte y luego directamente matarte? ¿Ése es el trato? ¿Eso es la ley?”. Él me respondió: “Pues no le veo lo raro. Mira, el gobierno mexicano tiene ante todo un gran respeto por el derecho a la vida. Pero también valoramos enormemente el derecho a la libre opción. Así que, si una persona quiere suicidarse, hacemos todo lo posible por evitarlo. Pero si a pesar de todo insiste, pues ya lo ayudamos”.

Ahora nos traen brochetas de cocodrilo. La carne de los reptiles está puesta como por capas. Vas sacando un trozo tras otro, y se deslizan suavemente fuera del cuerpo, como si no estuviesen trenzados sino encajados ahí. Le pregunto al inglés por qué, con recuerdos como ese, regresó a México tras su jubilación. Me dice:

-En este país, cambiaron la fecha de la independencia para hacerla coincidir con el cumpleaños de un dictador. Y se inventaron la fecha del día de la madre. En esta ciudad, cuando la contaminación mató a una bandada de palomas que aparecieron tiesas en el Zócalo, el ayuntamiento dijo que eran aves migratorias que habían muerto por agotamiento del viaje. Y se comen calaveras de azúcar, insectos y reptiles. Este es el país donde cualquier cosa puede ocurrir. Todo es posible. Eso me gusta. Aquí te puedes morir de cualquier cosa menos de aburrimiento.

Entonces se calla y seguimos comiendo. Yo hago lo mismo. El camarero ya trae otro plato, y tengo curiosidad por saber qué es.

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